miércoles, 2 de julio de 2014

Tenga usted amigas para esto



Son casi las tres de la mañana y el taxi espera en la puerta. Es al sentarme en el solitario asiento trasero y dictar la dirección cuando me doy cuenta de que he comido, bebido y hablado demasiado, de que necesito urgentemente meterme en mi cama para que lo que llevo a cuestas vaya diluyéndose un poco en mi mente y, si es posible, gracias a un sueño benéfico y reparador, mañana por la mañana pueda recurrir al tópico de los trasnochadores:“uy, es que no me acuerdo apenas nada de lo de ayer”.

Pero no tengo esa suerte y, con la colaboración de la vecina hipoacúsica y televidente compulsiva, son las ocho en punto y, con un sol “de castigo” y el té sobre la mesilla debo poner en orden mis ideas.

Rebobino la película. Todo empezó cuando descubrí a Sara (vamos a llamarle Sara) en una de las bibliotecas de la ciudad, dubitativa ella, con un libro de difícil lectura en la mano. Uno de esos tochos más o menos infumables escrito por el psiquiatra oportunista de turno –cuando estuvieron de moda los psiquiatras oportunistas. Al salir, ella con lo suyo y yo con una novela negra nada sospechosa, coincidimos en el ascensor y pegué la hebra, incapaz de callarme la opinión sobre el libro que, desgraciadamente, yo ya había tenido la mala fortuna de intentar leer.

El caso es que nos hicimos amigas. Y han pasado cinco años y seguimos siendo amigas. No de esas que hablan de maridos e hijos, de trapos y chismes, sino de las que se meten de la mano por vericuetos –a veces bastante insondables- de la mente o de las que prefieren inventarse “un viaje astral”sentadas cómodamente en el sofá de la sala. Cuando estoy con Sara casi ya sé lo que me espera: unas horas profundas, diferentes, hablando de verdad “de lo divino y de lo humano” y no como chiste fácil para indicar que se ha traspasado el umbral de lo puramente anecdótico y superficial.

Y ayer, en su casa, Sara estuvo genial; más que de costumbre. Habló por los codos –cosa muy poco habitual en ella- y nos fuimos de la mano a un viaje al pasado. Al pasado de nuestras vidas, a las niñas que fuimos y a las niñas que fueron nuestras madres, hicimos una visita de varias horas a tantos “porqués” que se nos han quedado sin respuesta e intercambiamos unos cuantos “cómos” para ver si nos ayudábamos la una a la otra.

Conclusión: que la cena –sabrosa, copiosa y preparada con mucho cariño- tuvo de postre añadido (además de los quesos y las fresas con yogur) tres horas de confidencias sobre nuestra propia historia. Esa historia que muy pocas veces se comparte con personas con las que no se duerme en la misma cama porque es una biografía de datos sin constatar, una sucesión de preguntas con respuestas ambiguas o, simplemente, un camino al que se accede por puertas que están todavía esperando la llave que las abra.

¡Tenga usted amigas para esto! ¡Para que te inviten a cenar y en vez de acabar bailando descalzas con un gintonic en la mano, te desnuden el alma en un visto y no visto con sus manos blancas de dedos largos!

Y yo agradecida, faltaría más; una amiga así es un privilegio que se instala confortablemente en el corazón como si ese fuera su sitio de toda la vida, porque ahora mismo, escribiendo esto, he notado la sensación confortable de que las cosas están en su sitio, que hablar de lo más recóndito e inasible no siempre es perturbador.

Así que, Sara querida, te escribo estas palabras –con mucho sueño todavía- para darte las gracias por el cariño, la amistad y el rape que hiciste al horno que estaba que se iba del mundo.

Tenga usted amigas para esto…

En fin.
Imagen: Dibujo Amanda Arruti

LaAlquimista

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