viernes, 4 de julio de 2014

"Home sweet home" Volver de vacaciones



Hace años ya que aprendí a viajar como un caracol, llevando conmigo todo aquello que me hace sentir como en casa aunque ponga kilómetros de por medio con las cuatro paredes por las que pago la contribución urbana. Antes, cuando hacía la maleta, me devanaba los sesos pensando qué llevar y casi siempre elegía la opción incorrecta. ¿Por qué disfrazarse cuando uno sale de casa? ¿Por qué utilizar ropa diferente? Un equipaje absurdo, pensado y repensado hasta el mínimo detalle para acabar –y eso lo sabemos todas- poniéndote la misma ropa día sí y día no. Por eso, porque me visto igual cuando estoy aquí que cuando estoy allí, porque utilizo el mismo cepillo de pelo, la misma esponja para la ducha, la misma cartera, mis pendientes de siempre y la ropa que se ha hecho a mis curvas (o rectas) me encuentro a gusto en mi pellejo allí donde esté y no suelo sentir especial descanso y alegría cuando vuelvo a casa.

“Hogar, dulce hogar” es una buena frase si se ha estado en la cárcel o en algún otro lugar donde el día a día ha sido un sufrimiento constante, pero esa sensación prevista de antemano de que cuando se regresa de un viaje uno tiene que sentirse MEJOR… ¿quién se ha inventado esa tontería? ¿Mejor por volver a trabajar? ¿Mejor por volver a conectar con los problemas cotidianos, la estupidez circundante de la que uno se había librado pasajeramente, los malos rollos que dejamos atrás y vuelven a saludarnos con sonrisa maliciosa?

De regreso a mi dulce hogar encuentro polvo y silencio; una penumbra de útero que ya no es lo que era, los mismos yogures en el frigorífico (es que ahora valen para un mes); no hay mensajes en el contestador –me han llamado al móvil-, ni cartas en el buzón –me escribieron al correo electrónico-. No recuerdo si las sábanas de la cama las dejé cambiadas o son las últimas que utilicé, el agua de la ducha sale de color beige y las paredes –que escuchan pero no hablan- no son capaces de transmitir absolutamente nada. Una casa está muerta sin sus habitantes dentro, mi dulce hogar está conmigo allá donde yo vaya, nada me retiene en estas paredes que se desvisten de vida, se quedan sin energía cuando yo no estoy.

Por eso no me gusta deshacer el equipaje, porque siento que estoy desbaratando el “dulce hogar” que me ha acompañado durante los días de viaje. Está claro que puedo ser igual de feliz (o de infeliz) en cualquier sitio.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

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Escrito en Julio 2011

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