lunes, 21 de julio de 2014

Las dos de la derecha son para vosotras



Cuantas veces me han preguntado si era supersticiosa he contestado rotundamente que no. No me he agarrado tampoco a símbolos religiosos–porque no hay religión alguna que se acomode a mi pensamiento- ni soy de colocar fetiches en la mesilla de noche. Pero sí que hago tonterías de vez en cuando a las que voy dando –con el paso del tiempo- un significado puramente personal y objetivamente intrascendente.

Como es encender un par de velitas en alguna iglesia dejada de la mano del dios para que esa pequeña y trémula luz viaje por unos instantes hasta el corazón de mis hijas. O como un recuerdo un poco inane hacia ellas o, seguramente, dándole un valor que nada tiene que ver con plegarias ni peticiones inmerecidas.

Ellas –mis hijas- suelen gustar de comprar un colgante, una pulserita o unos pendientes sencillos y llevarlos durante varios días, cargándolos de su propia energía y luego pasármelo a mí, para que lo lleve encima y pueda sentir de esa manera un poco más cerca el amor que compartimos. Son pequeños detalles amorosos que no tienen más significado que el que uno le quiera dar y que puede que susciten sonrisas de medio lado en otras personas. ¡Tanto da!

Mi tiempo en la vida de mis hijas se ha ido como llevado por una dulce brisa en la tarde; poco a poco, sin brusquedad de galerna. Ellas han elevado sus alas y vuelan hacia otros horizontes donde sienten que anida la esperanza de una vida mejor. Una vida mejor que la de aquí, la de esta ciudad o país en donde vive su madre. Forman parte de esa juventud suficientemente preparada en un país en quiebra.

Ya no puedo regalarme el placer de quedar con ellas cualquier tarde a tomar una cerveza o invitarlas a cenar a casa preparando mi“menú estrella”. No puedo porque están en la otra punta del mapa (de España, una y del mundo, la otra).

Las echo de menos a muerte. Me resulta paupérrimo verlas un rato a través de una video-conferencia, y cada vez más patéticos los mensajitos al teléfono móvil. Yo quiero tocarlas, estrujarlas, abrazarlas hasta que me pidan piedad, llenarlas de besos y de risas, sentir su olor, tan especial, tan amado. Quiero ejercer de “madre de las de toda la vida”, pero la política mal gestionada, los ladrones amparados por el Gobierno y “la alemana del mismo traje multicolor” no me lo permiten.

Las veo cada muchos meses, las distancias no perdonan y las tarifas aéreas tampoco. Algunas tardes miro el rastro que han dejado en casa: sus libros, sus cuadros, sus “pitxias”, la ropa en los armarios, las fotos colgadas en la pared, los albornoces siempre en el cuarto de baño, como si fueran a utilizarlos cada mañana.

Casi con toda probabilidad no vuelvan a esta pequeña casa que las vio nacer ni a esta pequeña ciudad en la que crecieron. Por eso les voy poniendo velitas en alguna iglesia pequeña que encuentro por ahí.

Para que sean felices en la búsqueda de su camino en la vida.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:


Foto: Cecilia Casado Pequeña iglesia en Paris.

Post escrito y publicado en Julio 2013

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