miércoles, 6 de agosto de 2014

¿A quién quieres más: a tu papá o a tu mamá?


Cuando yo era niña los psicólogos eran seres de otro planeta que salían en las películas americanas y nada tenían que ver –ni interferir- en la educación que se daba por estos lares a los infantes. Así que crecí –como tantos otros- soportando la culpa de haber preferido por lo bajini al progenitor inadecuado. Es decir: que me devanaba los sesos intentando encontrar la respuesta correcta para quedar bien y no fue hasta muchos años después cuando descubrí que lo erróneo no estaba en la respuesta sino en la pregunta.

Ayer volví a meter la pata (parece mentira, a mis años y no aprendo) y cuando una de mis hijas me preguntó que quién era la persona a la que más amaba en el mundo, durante un nanosegundo, mi mente viajó al pasado y volvió al presente y en ese corto trayecto pergeñó la respuesta equivocada una vez más. (Y me gané una buena bronca y con razón).

¿Por qué no soy capaz de decir en voz alta que la persona a la que más amo en este mundo soy yo misma? Pues porque me he pasado toda la vida con la creencia de que el amor bien entendido empezaba por amar a los demás –o por lo menos a los más cercanos- y guardar los restos (si los había) para mí. ¡Pero si me conozco todas las teorías, si suscribo todos los postulados y he pagado en mis carnes todos los errores! ¿Cómo es posible pues que no acabe de decidirme a ponerme la primera de la lista en el ránking ese de los amores? ¡A ver si va a resultar que tengo la autoestima baja de baterías!

Nos dijeron que si amábamos seríamos amadas. Nos contaron el cuento del amor que todo lo da sin esperar nada a cambio (hasta un avispado mercachifle le dio forma de medalla y se vendieron miles) y que este era un valle de lágrimas y tal y cual. Y a falta de elementos comparativos nos lo fuimos creyendo todo a pies juntillas hasta que la vida vino a contarnos la versión para el extranjero que nos había sido –cuidadosamente- ocultada.

Y resultó –para más inri- que esa historia no se la habían contado a quienes jugaban con tirachinas, sino solamente a las que llevaban una muñeca cogida de la mano. Con el paso del tiempo –mucho tiempo- y la agonía del amor –mucho amor- tantas mujeres han debido enfrentarse a una realidad en la que el AMOR con mayúsculas ya no es lo que era sino que se ha convertido en resabios aprendidos, inercia de mil sacrificios inanes y lo que es peor, la conciencia de haberse dejado engañar.

Nunca es tarde para rectificar. Aunque sea poco a poco y con dolor.

En fin.

(Dedicado a las mujeres que necesitan empezar de una vez por todas a quererse a sí mismas)

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

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