lunes, 4 de agosto de 2014

Mejor una urticaria que una amiga como tú

 
No es que yo tengo muchas amigas, pero las que cuento con los dedos de las manos son de esas mujeres que quieren mi bien y cualquier crítica que reciba de ellas está encaminada a mejorar mi situación. Por eso me quedo extrañada cuando tengo que escuchar comentarios dirigidos a mi persona por parte de quien no me conoce bien y mucho menos es poseedora de mi cariño con mayúsculas. Con este pequeño prolegómeno ya he creado el ambiente necesario para introducir en los próximos dos párrafos a una de esas amigas a las que ves de ciento en viento y que tan sólo se arriman a ti cuando la conveniencia –la suya- toma el timón.

Por cercanía geográfica coincido con “X” un par de veces al año; y como siempre, le invito a mi casa a comer, a bañarse en la piscina o a disfrutar del jardín. (Ahora me paro a pensar si no es ella la que se autoinvita). Como tan sólo nos vemos de higos a brevas y servidora tiene mala memoria para las tonterías se me olvidan las que ella me hace cada año y cuando volvemos a vernos, ese déjà vu me sacude como un calambrazo. Vaya –pienso- ya he vuelto a morder el anzuelo…

Lo primero que me dijo, después de los ósculos de rigor, es que había adelgazado mucho –lo cual es cierto- pero que quizás demasiado, que tenía cara como de haber estado enferma. (Pues no) No obstante, haciéndome un reconocimiento orbital, aseguró que lo que me queda en la tripa, eso, a mi edad, ya sólo se arregla con cirugía… (¡Qué horror, ahora que he conseguido rozar los 60…kgs.!) Y el pelo, ¿cómo lo llevo tan largo? ¿acaso no sé que se debilita y pierde brillo y prestancia? ¡Debería hacérmelo cortar! (Antes muerta, vamos, lo juro). En la playa, en bikini no podía ya esconder nada de mi anatomía y se explayó acerca de las venillas que se me veían sobre las rodillas… aunque bueno, de celulitis no ando mal (no sé si quería decir que voy sobrada o que tengo la justa para la edad). A la hora de la comida –que cociné con mimo y esmero- pidió refresco con burbujas para beber porque “el vino engorda” y de postre quiso que hubiera helado (que no había) así que tuvimos que ir al bar más cercano a tomar café y el helado de marras. (Se me había olvidado decir “no”)

La sobremesa no fue muy fructífera porque, de vuelta a casa, se quedó dormida en el jardín. Durante ese rato de descanso mental que me brindó estuve pensando qué hacía que una mujer que siempre se había sentido feliz con nuestra recíproca amistad, de repente, se volviera crítica y nada delicada en sus apreciaciones y comentarios.

A la media tarde, propuse diéramos un paseo por la orilla del mar y así rematar el día antes de que ella volviera a coger el bus y se fuera a su casa. En mala hora. Aprovechó mis pocas ganas de hablar para hacerme varias recomendaciones de cómo combinar el vestido que llevaba puesto con unas sandalias “más adecuadas”, me insistió en que por mucho que yo los defendiera los hombres son todos unos impresentables y se marchó sin hacer el más mínimo gesto por pagar las últimas consumiciones que hicimos en el chiringuito porque “se moría de sed con la comida que le había puesto”. (Ensalada de aguacate, canónigos y setas, gambas a la plancha y almejas a la marinera. De postre, crema catalana que también se comió.)

Lo más triste fue la sensación de alivio que me invadió cuando le vi marchar.

Ahora tengo que reflexionar sobre si estoy enfadada porque me ha dado cuenta de que es una gorrona o es que no aguanto que me hagan la autopsia estando viva todavía.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

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*Post escrito y publicado en Julio 2011

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