domingo, 3 de agosto de 2014

¿Qué es eso de la "paz interior"?


De tanto hablar de ella se ha convertido en un lugar común, un concepto abstracto y escurridizo que casi todo el mundo cree entender cuando alguien hace mención de ello. Ayer mismo, sin ir más lejos, en mi visita mensual a “la pelu”, atiborrándome de “incultura general” a base de hojear todas las revistas del colorín que pillé, capté la imagen de una mujer de unos cuarenta y tantos años, en un palazzo veneciano paradigma del lujo renacentista. Atraída por lo que parecía un Tintoretto auténtico en una de las paredes de la fastuosa residencia del siglo XV, resbalé por el texto: “Lo que me enriquece realmente es la paz interior”, decía la protagonista –que se descubría de más de sesenta años reales en su modelo de Valentino Haute Couture Sring/Summer 2012- y esposa de un jeque árabe que usaba el magnífico enclave del Gran Canal veneciano como segunda residencia (o cuarta o quinta).

¡Caramba! –pensé-, esto es nuevo para mí… y me quedé muy pensativa, soslayando ningún tipo de juicio hacia la señora en cuestión.

Si vis pacem, para bellum, otro lugar común atribuido erróneamente a Julio César, me pone sobre la pista de esa etérea “paz interior”. “Si quieres la paz, prepara la guerra”, sería una buena traducción del latín. Exacto. Si quieres la “paz interior” hay que librar una cruenta batalla con uno mismo. Para llegar a esa inefable sensación que emana directamente de la propia y más íntima esencia del ser humano, hay que pelear con prejuicios sociales, batallones de malos pensamientos y, sobre todo, el gran ejército de la inconsciencia.

Rechinan los dientes cada vez que cometemos un error y el resentimiento se ceba en la propia debilidad resistiéndonos a hacer realidad nuestras aspiraciones más elevadas. Subsiste el deseo profundo de progresar en todas las áreas de la vida, pero no estamos dispuestos a pagar el precio.

Paz es sinónimo de armonía, tranquilidad, pajarillos cantando con un fondo de puesta de sol. Parece cursi, pero todos lo entendemos. Y, simplificando mucho –muchísimo- algo parecido es la paz interior. Una armonía que emana de lo más profundo del ser cuando se asienta en su propia esencia y sabe que ES.

Todos llevamos dentro esa capacidad, pero no se despierta una mañana entre sedas de un palacio veneciano confundiéndose con ese otro concepto de “felicidad social” que parecía esgrimir la dama del reportaje. Ella estaba tranquila por dentro porque, a pesar de ser la esposa de un multimillonario, dedicaba parte de la fortuna de su marido a financiar una fundación que intentaba llevar canalizaciones de agua a no sé qué desierto de Oriente Medio para que los camellos pudieran abrevar. (No puedo sustraerme a la ironía) Y ella tenía “la conciencia tranquila” y de ahí sacaba su paz interior.

Y no es lo mismo. Dormir como un bebé porque no se debe nada a nadie no es lo mismo que tener paz interior. Sentirse reconfortado con el mundo y la vida porque uno no se mete en líos ni con el prójimo puede dar tranquilidad, pero no es auténtica paz interior.

Además… ¿para qué sirve?

Cada uno debe encontrar el propio sentido de todas las cosas, no hay lecciones ex cathedra que valgan. Pero no confundamos a nuestra mente ofreciéndole modelos paradigmáticos falsos. En mi camino hacia mipaz interior, ayer tuve muy claro qué NO podía ser un ejemplo de paz interior. Así que sigo por mi camino que más me lleva hacia celdas silenciosas que a residencias vestidas de lujo.

Y si algún día la alcanzo, esa paz interna que me permite fluir desde lo más profundo del ser hacia un Universo compartido, no podré explicarlo aquí. Estoy segura de que no tendré el menor deseo ni necesidad de hacerlo…

En fin.

LaAlquimista

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Post escrito y publicado en Julio 2012



























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