sábado, 16 de agosto de 2014

En mi casa no se tira la comida


Y luego, pasa lo que pasa y a ver a quién le echo yo la culpa de mis propios errores.

Pues resulta que el día de la Virgen hubo pasteles. ¡Vaya novedad! –se podrá pensar- pero es que no somos golosonas en casa, más bien nos perdemos por encurtidos, salazones, frutos secos tostaditos y patatas de las que se fríen de una en una. Pero cuando se quiere tener un detalle con quien te invita a comer, suele ser lo típico. Y allí estaban: perfectos en su armonía multicolor, tutti fruti crema y chantilly, éclair y goxua, borracho, ruso y pastel vasco (vaya cuadrilla); la gama completa de una renombrada pastelería donostiarra. Y sobraron, por supuesto. Porque todo el mundo dice oh y ah, pero luego se quedan sin terminar en la mesa…

¿Qué hacemos las madres o las cocineras o las prejubiladas apañaditas con las sobras? Pues qué va a ser: comerlas al día siguiente. ¡A la basura vas tú a tirar comida y menos repostería VIP a precio de oro! Pero al día siguiente, al abrir el frigorífico con motivo del desayuno, allí estaban todavía. Dos magníficas tartaletas de nata con trozos de fruta por encima y, como no podía ser de otra manera, me dije: “pues me los voy a tener que desayunar…”

Así que más o menos al cabo de veinte minutos ha empezado mi calvario; primero ha sido un dolor agudo, como si me hubiera pillado un pellizco en el vientre con la faja (caso de llevar faja); después un sudor frío me ha recorrido verticalmente (como la cicatriz de Harry Potter pero integral) y después he batido algún record (seguro) corriendo como alma en pena por el ala norte de mi castillo. (Sin detalles, por caridad).

¿Dos días en el frigorífico y se ponen malos los pasteles? ¿O es que soy tan fina que rechazo cualquier alimento que no sea recién elaborado? Eso debe de ser, porque me he pasado toda la mañana en la chaise longue exhalando lamentos y lo que yo creía que sería mi último suspiro y que se ha quedado en dernier cri, pero de dolor.

¿Por qué no le hice caso a mi buen juicio que me aconsejó tirar los pasteles sobrantes a la basura? ¿Esperaba acaso que apareciese un pobre para regalárselos? ¿Son estas cosas residuos de una educación judeo-cristiana? O acaso hago lo mismo con los amores viejos…que cuesta tanto tirarlos a la basura… No lo sé, pero lo estuve pensando todo el día de ayer.

En fin.

Laalquimista

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