viernes, 8 de agosto de 2014

Cómo burlar la Justicia y reirse de un ex-marido



Yo creía que estas cosas ya no pasaban en mi tierra, que habíamos contraído una conciencia mínima de la decencia y que personas adultas de cincuenta años ya no se permitían hacer ciertas cosas, más que nada por el sentido de la propia vergüenza. Pero parece ser que sigo siendo una ingenua. Y me explico.

Esto va de divorcios y sentencias judiciales. Esto va de que cuando una pareja con hijos se separa se firma un Convenio Regulador –que luego puede convertirse en Sentencia de Divorcio- en el que queda bien claro que el uso de la vivienda familiar seguirá siendo del disfrute de la esposa en tanto en cuanto ella tenga la custodia de los hijos y estos no se emancipen o cumplan la edad de veintitrés años. Hasta ahí todos más o menos de acuerdo sin entrar a valorar el hecho de que el padre/marido se tiene que largar a la calle, pagarse un alquiler y seguir pagando la parte de la hipoteca del piso que se ve obligado a abandonar –que para eso es suyo al 50%.

Pero resulta que cuando los hijos mayores ya abandonan el hogar, la esposa/madre –que se ha vuelto a casar y vive de alquiler con su marido en otro lugar- se vuelve a empadronar en el piso del anterior matrimonio que hay que sacar a la venta- y no hay abogado en San Sebastián que quiera darle al hombre expoliado la más mínima esperanza de ganar un pleito porque le dicen –previo pago de sustanciosa cantidad en la consulta del letrado correspondiente- que “ningún Juez va a ejecutar la Sentencia de Divorcio permitiendo que la vivienda se ponga a la venta mientras la ex esposa esté empadronada allí”. Aunque ella viva en otra parte.

Pero vamos a ver. ¿Y qué gana esta señora impidiendo que el piso común se venda? Ah…pues muy sencillo y elemental: fastidiar. Es decir, yo me dejo sacar un ojo con tal de que a ti te saquen los dos.

El piso, mientras tanto, criando telarañas, vacío y sin alquilar ni vender; el ex marido y copropietario del piso buscándose la vida por su cuenta sin poder acceder al piso del que es copropietario y la buena señora viviendo con su marido en otro lado, pero EMPADRONADA en la vivienda anterior para que ningún Juez le quite el derecho a vivir ahí…si le apetece algún día volver. Los hijos flipando de la actitud de la madre y el buen hombre a punto de tirarse al estanque de la Plaza de Guipúzcoa.

Bromas aparte –es que si no me enciendo-, parece ser que no se estila mucho en este país EJECUTAR sentencias firmadas hace años, sino REVISARLAS y con eso hacemos que “donde dije digo, digo Diego”. Y el ciudadano que ha pagado religiosamente pensiones de alimentos, el 50% de la hipoteca y todos los impuestos del piso que ha utilizado su ex durante años mientras que él pagaba otro alquiler, se queda con cara de “pasmao” cuando el abogado de pago le dice que no hay nada que hacer, excepto que contrate a un detective privado que demuestre que esa señora no vive en el piso en cuestión y se le ponga una denuncia y el Juez –cuando llegue a su mesa el caso- presuma y acepte la mala fe y diga que sí, que ya se puede poner ese piso a la venta.

Son venganzas miserables que los humanos –en este caso una mujer contra un hombre- tienen el gusto de llevar a cabo por aquello de …”ésta me la pagas así que pasen cien años”.

Tengo el permiso y el beneplácito del hombre “abusado” para sacar el tema a la palestra –no lo haría de otra manera- y la lástima suya es la de no poder poner los nombres y apellidos de la ciudadana abusadora, dueña de un comercio en la capital, que se ríe a carcajadas de la Ley, del sistema judicial, del padre de sus hijos, de sus hijos mismos y de un buen amigo mío.

¿Qué mueve a ciertas personas al rencor, la venganza, el odio a ultranza? ¿Es tanta la satisfacción que se obtiene machacando al otro aunque sea a costa del propio beneficio? Entiendo que en un divorcio se genere dolor y sufrimiento y que hay que tener mucha “categoría humana” para decir honestamente: “borrón y cuenta nueva”. Pero si ya se ha conseguido rehacer la propia vida, casándose de nuevo y creando un nuevo núcleo familiar…¿Por qué seguir haciendo daño, después de tantos años a alguien a quien una vez se amó?

¿Acaso no sería una forma de conseguir paz interior pasar página y perdonar al otro y perdonarse a sí mismo todos los errores cometidos? ¿Qué nuevo camino de peleas, odio y dolor abre esa mujer ante sí misma? ¿Valdrá la pena la satisfacción de fastidiar al otro? ¿Desde cuando la felicidad consiste en hacer daño?

Ni lo entiendo ni lo entenderé, excepto que alguien me lo sepa explicar muy bien.

Ahí lo dejamos.

En fin.

LaAlquimista

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*Post escrito y publicado en Julio 2013



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