jueves, 21 de agosto de 2014

Mi familia regala más que la tuya



Como los cincuenta ya no los cumplo he dejado atrás cumplidamente las primeras comuniones colaterales; es decir, ninguna amiga mía tiene un hijo en edad de comulgar, así que me libro de verme obligada a dar la cara con coherencia y rechazar una invitación que es una “alhaja con dientes”.De hecho, a primeras comuniones como Dios manda he asistido a muy pocas: la mía, la de mis hermanas y un par de sobrinas.

Pero eso no quiere decir que no conozca el tema, de hecho me ha tocado “poner el hombro” –para que lloraran en él- a no pocas personas que, en su momento y bajo amenaza de divorcio o excomunión familiar, tuvieron que“tragar con carros y carretas” con el dichoso tema.

Lo más divertido –o patético, según se mire- fue lo que le ocurrió hace diez años a un ex novio mío. (Como tiene la cualidad de “ex” y han pasado más de cinco años, me ha dicho mi abogado que ya puedo contar lo que quiera siempre que no dé nombres ni pistas fiables).

El hombre estaba separado –de otra manera no hubiéramos sido“novios”- y tenía una hija en edad de comulgar. Y como bastantes broncas había ya tenido con su ex y la familia de su ex, aceptó bovinamente la invitación/obligación a asistir al evento, aunque se pudo escaquear de asistir al convite gastronómico posterior. Lo que no pudo eludir fue tener que pagar la mitad de la factura, pero eso es otra historia que no viene a cuento.

El caso es que me pidió que le acompañara ya que yo era su pareja más que oficial ante los hombres y ante su propia hija con la que nunca hubo el más mínimo roce que no fuera para hacernos una caricia o darnos un beso. Y haciendo de tripas corazón, allá que fuimos ambos dos, vestidos de domingo y con la sonrisa de las grandes redenciones (o rendiciones).

Las peripecias pre y post del evento no vienen a cuento por formar parte de cierta intimidad familiar de la que no encuentro motivo alguno para mofarme, pero a donde quiero llegar es al tema de los regalos.

Como una familia no se hablaba con la otra a raíz de la separación poco amistosa de los padres de la criatura, había “dos bandos”. Unos en el lado derecho de la iglesia y otros en el izquierdo. (Fue una comunión privada e individual porque la niña había estado enferma y no pudo asistir a la Comunión comunitaria de su colegio) Y allí estaban, por un lado los López y por el otro los Gutiérrez (apellidos sacados al tuntún de la guía telefónica), mirándose ominosamente y pasándose revista visual a los ropajes, atavíos, posturas y ademanes unos a otros. Servidora, como convidada de piedra que era, me mantuve en mi sitio –es decir que no me desmayé a pesar del calor reinante-,no dije ni mú ni siquiera cuando me preguntaron y sonreí todo el rato hasta que se me acalambraron los risorios y tuve que irme al baño de señoras a recomponerme el espíritu.

Por allí aparecieron los regalos que “ambos bandos” hicieron a la infanta. El muestrario completo de un “Juguetes somos nosotros”para una niña de diez años. DOS bicicletas, DOS pares de patines en línea, DOS muñecas vestidas de comunión –las dos morenas, como la niña… En el capítulo tecnología también se duplicaron las GameBoy –en aquella época es lo que se estilaba. (¿Se inventó alguna vez la GameGirl?)-, y unos juegos que se acoplaban a la tele y con los que se podía jugar al tenis o al pimpón.

Luego estaba el capítulo “joyas”. Que si LAS MEDALLAS de la Virgen del pueblo, las pulseras de oro con el nombre grabado, las cadenas de oro también para colgar las medallas citadas, pendientes con perla y sin perla y un reloj. Sólo UNO. ¡Qué terrible fallo técnico! ¡A la familia López “se le había olvidado” regalar un reloj…!

Lo que motivó, como era de esperar, la frase lapidaria, con los mofletes llenos de satisfacción, de una de las abuelas a la otra:

“Mi familia regala más que la tuya”.

Y allí se quedaron, tan felices, comiendo las perdices que mi novio de entonces y yo también dejamos de comer al poco tiempo…

Me he acordado de esto porque ayer me topé con un niño vestido de comulgado con un séquito dividido en dos grupos y que no se miraban ni hablaban los unos con los otros. Y porque me fijé en la cara de satisfacción del niño que, quise imaginar, habría recibido todos los regalos duplicados gracias a la separación de sus padres. Un triste consuelo, pero en fin…

Porque es fácil, cómodo –aunque contraproducente- intentar“compensar” a un hijo del golpe que supone la separación de sus padres a base de regalos, ofrendas y caprichos que rozan peligrosamente la línea que separa el regalo del soborno. Aunque me consta que los niños no son tontos, lo saben, se aprovechan de ello y se apuntan quiénes les dan cariño de verdad y quienes lo suplen con lo que se puede comprar con dinero.

Vaya esto también para las abuelas y abuelos. También hay una responsabilidad…!no vale hacer trampa y olvidarla!.

LaAlquimista

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