domingo, 10 de agosto de 2014

Un perro llama a mi puerta


No sé lo que significa tener perro -en mi casa hablar del tema era como proponer que incorporásemos a la familia a un extraterrestre- vamos que no recuerdo yo en mi infancia o adolescencia que se planteara la cuestión. Por eso me quedé más que sorprendida cuando, hace un par de años, mi madre expresó el deseo de tener un chucho. Y llegó Elur, un precioso y dulcísimo bichón maltés que más parecía un perro de peluche que un animal con vida y afanes. Curiosamente, el perro siempre me ha demostrado cariño y me ha prodigado mimos y lametones, aunque supongo que es porque relaciona el olor de mi piel con los paseos por el barrio.

El caso es que, por una serie de desafortunadas y predecibles circunstancias, el perro no puede permanecer por más tiempo en el domicilio de mi madre y, en un rapto de inconsciencia temeraria del que no sé si me voy a arrepentir, me he ofrecido a quedármelo. Dije que a partir del martes 26 -¡es hoy mismo!- me lo llevaría a casa “a prueba” durante un mes y luego… pues ya se vería.

Y resulta que estoy temblando de miedo e incertidumbre porque me asusta la responsabilidad de tener un ser vivo indefenso y dependiente del que ocuparme, al que cuidar, mimar y hacer la vida agradable, además de reducir mi ración de libertad -¿qué haré cuando quiera irme de viaje? Dicen que los perros dan mucho cariño, que acaba uno sintiéndolos como algo muy cercano, que se sufre cuando enferman y se les añora cuando se van.

Mis dudas tienen que ver con el racionalismo, supongo que en mi fuero interno me niego a que Elur –tan blanco, tan dulce, tan mimoso- sea sustitutivo del cariño de cualquier ser humano que pueda yo desear, porque son tantas las personas que me han dicho que el cariño de un perro es incondicional, generoso y duradero y como son esas las cualidades que valoro en el ser humano me cuesta aceptar que puedan ser transferidas a un animal no racional.

Eso sin contar con que el pobre perro debe ser reeducado de principio a fin –hay que enseñarle a hacer sus cosas en la calle únicamente, debe acostumbrarse a comer su comida y no del plato de los humanos, aprender a dormir en su cama y no en el sofá del salón, reconocer la autoridad del amo y no campar por sus respetos como pequeño (y dulce) salvaje que se le ha dejado ser. Sé que me meto en un lío, sé que no tengo ni idea de tratar con perros, pero conozco a Elur y me resisto a que se lo lleven manos extrañas.

Creo que es la primera vez en mi vida que siento compasión por un animal… de cuatro patas. Me quedan pocas horas para acercarme a recogerlo, llevarlo a mi casa y contarle que se va a inflar de dar largos paseos hocicando hierbas y pateando adoquines de mi mano (de la correa preceptiva más bien), cómo explicarle que tendré que ser dura con él y castigarle e incluso darle (nunca con la mano) en el lomo para que aprenda a aliviarse únicamente en la calle y no en la alfombra del pasillo, que todo será por su bien porque es la oportunidad que me ofrece la vida de ayudarle… y estoy temblando del miedo que me da no saber hacerlo bien, no poder hacerlo bien, el lío en el que me voy a meter…

Necesito ánimos, lo juro. (Todavía estoy a tiempo de echarme para atrás y que se lo lleve otra persona realmente amante de los perros)

Siento que el Universo me pone a prueba –o se ríe de mí- por aquello que siempre dije de: “¿me echo novio o me compro un perro?”

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista

Foto: "Elur" - C.Casado

*Post escrito y publicado en Julio 2011. Elur sigue conmigo...feliz.

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