viernes, 1 de agosto de 2014

"Una vuelta a la manzana y vale..."



Hay días tan anodinos como un bocadillo de pan con pan; te los comes porque no tienes otra cosa, pero lo haces con la sensación de estar perdiéndote algo.

La semana pasada volvió el frío y la lluvia cuando el verano ya nos había cantado la primera aria y tuvimos que guarecernos en la monotonía de un duetto desangelado. Han sido días “tontos”, con pocas ganas de hacer casi nada.

Pero al perro hay que sacarlo a la calle, de eso no se libra quien convive con un can y nadie más. (Aunque sé que hay personas que ofrecen sus servicios para pasear chuchos todavía no he llegado a eso). Así que le puse a Elur el impermeable de entretiempo y le dije: una vuelta a la manzana y vale”. Me miró con ojos de reproche, pero no por eso dejó de mover la cola mientras le ponía su arnés y le ataba.

Viento desapacible y la hierba altísima en los jardines por donde mi perrillo –y todos los del barrio- hocican con fruición. Les gusta marcar su territorio –con señales que diligentemente recojo con una bolsa de plástico-, pegar cuatro saltos con alguno de su tamaño y poco más. La lluvia no les hace ninguna gracia y enseguida tiran hacia casa (por lo menos el mío).

Ya volvíamos al calor del hogar –y nunca mejor dicho- a eso de las ocho de la tarde cuando sonó el móvil (el mío, el perro todavía no tiene). Un viernes a esa hora sólo pueden ser noticias buenas, pensé, y contesté sin mirar. Me llama mi querida amiga P. para decirme que en un bar del barrio celebran un remedo de la “Feria de Abril” –aunque sea Mayo- con bailes, rebujito y jamón.

-“A ver, Elur, ¿cómo lo ves? ¿Te dejo en casa escuchando en la cocina Radio3 o te vienes conmigo de fiestuki?”

Yo siempre digo que los perros “entienden” lo que quieren, por instinto algunas cosas y por el tono de voz de su amo otras tantas, pero de ahí a tener “inteligencia” al uso humano…pues como que no. PERO… mi perrillo lo tiene muy claro. Conmigo al fin del mundo aunque sea en un bar lleno de música, piernas humanas y abundantes migas de comida por el suelo. De vez en cuando, se ponía a dos patas pidiendo cuartelillo; entonces le cogía un rato en brazos o le sacaba a la puerta del bar, donde los fumadores, cerca de una farola ad hoc, para lo suyo.

La vuelta a la manzana se alargó por más de tres horas –de hecho, cuando ya acabó lo flamenco, se pasó a lo latino y se anunció lo japonés (karaoke) decidí que los niveles de aguante de mi perrillo tenían que estar a punto de rebosarse, como los de cualquiera que prefiera la tranquilidad de un sofá al alboroto de los amigos.

Igual tenía que haberme disculpado con él por haberle arrastrado a una actividad más humana que canina, pero es lo que tiene ser humano –le dije- que tenemos la sartén por el mango (o la correa de la mano) y que como es un perrillo tan bueno y tan dulce estoy segura de que en su próxima reencarnación se convertirá en una niña rubia, buena, dulce y guapa. (Por ejemplo).

No sé si me excedí de las 150 palabras que –teóricamente-pueden comprender los perros, pero en cuanto salimos por la puerta del bar, me hizo como en los dibujos animados: echó a trotar como loco arrastrando tras de sí mis 70 kgs., las ocho copas de rebujito y toda la fritanga y el jamón que se puede negociar en tres horas.

Al llegar a casa se puso a dormir tranquilamente. Sin reproches.

Yo también hice lo mismo.

En fin.

LaAlquimista

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Post escrito y publicado en Julio 2013

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