jueves, 16 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL. "Nostalgias bajo el sol"


Día 26.- (16 Julio) Nostalgias bajo el sol.-
Hoy me he dormido. ¡Hacía mil años que no tenía esa sensación desasosegante! Aunque bien es cierto que me ha durado tan solo unos segundos, los que mi mente ha necesitado para reubicarse en el aquí y ahora, de una mañana del día del Carmen del año 2020, jubilada, sin perro que me ladre ni tener que coger un tren a ninguna parte. Pasado el susto inicial, he decidido aprovechar la coyuntura para darme media vuelta y ser consciente del privilegio que supone vivir la vida como la vivo –como la vivimos tantos y tantos-, situados en un “tiempo de descuento” que se alarga según la generosidad del Universo o la buena suerte personal de cada uno. Como cada día que pasa son más los de mi misma edad que se van yendo, siento que debo tomarme muy en serio esta “prórroga” de la que estoy disfrutando. Mi primer marido falleció a los 54; un novio de mi edad madura a los 56; mi gran amigo del alma Javocha a los 60. Y a partir de ahí ya no van de uno en uno sino en racimo como las uvas maduras o las bombas “clúster”: una pena o una desgracia se mire como se mire. Echo en falta los grises y la lluvia de mi tierra. Llevo en “mi otro mar” veintiséis días y todas mis jornadas han transcurrido bajo el sol que tanta vida (y dinero) da a esta zona mediterránea. Son mis raíces las que añoran el agua tibia de las nubes o será que siento que lo mejor del sol es la sombra. Quiero huir de los extremos que me colocan contra las cuerdas, pero al final no depende de mí, sino de “los elementos”, como se excusó aquel mal cardenal y peor estratega, y me doy cuenta de que por mucho que me empeñe –por mucho que nos empeñemos- las circunstancias ajenas y la voluntad propia son siameses inseparables durante el tiempo que nos dure la existencia. Me tomo mi té caliente y me voy a la playa en coche. Cada día hay menos sitio para aparcar y más sillas y tumbonas ancladas en la arena de la orilla reservando el sitio a los comodones/caraduras; cada día hay más perros sueltos dando brincos por la arena bajo la mirada protectora de sus dueños; cada día veo más residuos de botellones o similar amontonados aquí y allá. Cada día, cada día tengo que cerrar los ojos y levantar la cara al cielo y respirar (todavía sin mascarilla en la playa medio vacía de las nueve de la mañana), ponerme en modo zen y no mirar tanto o mirar menos. Cuando la contemplación del mundo que me rodea me resulta insoportable y no puedo hacer nada por remediarlo, miro hacia otro lado, casi siempre hacia mi interior. Cosas de los años, qué duda cabe. Hoy he empezado un nuevo cuadro (cuadrito) de esos que dan poco trabajo y la satisfacción justa donde expresar la creatividad. Me gusta pintar con buena música de fondo. (Hoy Rodrigo Leäo) Y comer en silencio en la terraza viendo cómo se mecen los árboles que hacen de telón de fondo. Sestear un rato (o dos), leer en la calma del jardín, olvidarme el móvil en casa y llegarme al atardecer al malecón pisando arena compacta y algas perfumadas de salitre. Me acuerdo de demasiadas cosas todavía, debería ir olvidando algunas y a algunas personas, pero parece que con la salud va la memoria en el mismo lote; no me quejaré. Hoy ha sido un día “tonto”, pero a la vez muy intenso. Felices los felices. Fotografía: Mi sonrisa detrás de la mascarilla.

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