jueves, 2 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL Día 11

Los miércoles, mercado. Para mí es una especie de ritual acercarme a la antigua riera del pueblo y comprar fruta y verduras de proximidad, esta es una zona rica en cultivos, poco necesitan traer de otras comunidades. Mascarillas a gogó excepto en la terraza del bar donde he desayunado mi pa’tumaca amb pernil como pequeño lujo del día. Sigo sin pillar la lógica a lo de “mascarilla sí, mascarilla no” según esté la hostelería de por medio. O somos o no somos o como siempre, somos a medias y ahí somos o como siempre, somos a medias y ahí nos las den todas. Algunas mujeres musulmanas han cambiado el niqab por uno de “alivio de luto” con mascarilla. Otras que tampoco deben de tenerlo muy claro en su casa. Hoy he roto la rutina bien a gusto, de vez en cuando me gusta hacerlo, así que no playa, no mar, pero sí piscina al filo de las dos de la tarde, después de haber pasado varios horas intentando poner en su sitio el “punto de fuga” de las dos pequeñas marinas que estoy pintando. Me sale el horizonte torcido, cómo puedo ser tan incapaz de hacer una línea recta; suelo decir que en la naturaleza no existen, así que por qué el horizonte tiene que serlo…pero parece que no tengo razón. Sigo sin cocinar, regalándome ensaladas atómicas que me dejan saciada, cuestión de mezclar con tino los ingredientes y dosificar la proteína vegetal no vaya a rozarse con algún carbohidrato y le hagamos una faena al estómago. La lectura de la tarde se ve alterada por una algarabía en el jardín; me asomo y descubro con una mezcla de horror y asombro a una cuadrilla mixta de unas doce personas –con calzón de baño ellos, bikineadas ellas- que copan la piscina, los bancos y el aire limpio común impregnándolo de reguetón, latas y más latas de cerveza y algún otro líquido alcohólico que beben en vaso de plástico. Una fiestuki en toda regla… a la que no he sido invitada. Es lo que tiene de atrayente tener un colega que vive en un pequeño apartamento en una pequeña urbanización con una pequeña piscina y con una más pequeña educación todavía. Utilizar el espacio común para divertimentos privados infringe las normas, pero a ver quién le pone el cascabel al gato…yo misma, sin ir más lejos. ¿Y la distancia? ¿Y las mascarillas? ¿Y el sentido común? Me contestó el “jefe” que si me molestaban era MI problema y punto pelota. Apareció por allí otro vecino que les ha recordado muy educadamente que había una “cosa” que se llamaba “coronavirus”, pero se han limitado a invitarle a una birra entre el jolgorio general. Hace diez minutos, mi vecino y su hija me invitan a dar un paseo hasta la playa y tomar algo en el chiringuito nocturno. Cuando no quieras unirte a tu enemigo…mejor aléjate de él lo máximo posible. Así que me voy con ellos a filosofar un rato bajo la luna escuchando la música del mar. Igual cae un mojito. ¿Mañana? Ni idea, oiga. Me encantan las sorpresas.
Fotografía: la pequeña piscina antes de la invasión.

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