viernes, 17 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.- "Verle las orejas al lobo"



Día 27.- (17 de Julio) 
Si yo fuera presidenta del gobierno de la nación no podría dormir por las noches (ni a ninguna hora). La responsabilidad me haría un agujero por dentro y estoy segura de que mi salud mental (y la de mi familia) acabaría arrastrándose por el suelo fangoso. ¿Qué elegiría? ¿Añadir treinta mil muertos más a la cuenta de la Covid-19 o dos millones de parados a las listas de la oficina de empleo? Menuda papeleta, vive Dios. Esta mañana lo he visto muy claro al volver de mis abluciones matinales a la orilla del mar: aquí estamos todos de vacaciones y el que no pueda es un pringao y al que le toque la china que se j… y punto pelota. Los hoteles vomitan olores pestilentes a la hora del desayuno (fritangas de las que no quiero ni imaginar la procedencia o los componentes), no veo diferencia alguna con otros veranos anteriores, yo misma formo parte de esa “masa” que tanto me molesta en ocasiones, no tengo arreglo, soy una gota de agua sucia en el mismo charco en el que quiero chapotear. Supongo que es muy difícil aprender a nivel colectivo; quizás a nivel individual sea más sencillo realizar una toma de conciencia, pero yo misma debo reconocer que me cuesta muchísimo no dejarme arrastrar por la marea común por mucho que me dé el pegote a veces de que soy como los salmones y bla bla bla. Me empiezo a desasosegar ante la idea de tener que volver a mi casa, dejando este oasis de paz en el que me siento protegida por el hecho de estar fuera del núcleo urbano, al pie de una larguísima playa a la que puedo acceder a la hora del desayuno de las gaviotas y luego “confinarme” en la supuesta seguridad de una pequeña comunidad de vecinos. Hoy he ido al pueblo en coche, he aparcado en “carga y descarga” –jugándomela- para comprar un lienzo y unos pinceles nuevos; después al Aldi que está en un descampado en medio de la nada y donde había ocho coches en el aparcamiento a la hora del ángelus porque las familias, las parejas y los jóvenes están abarrotando las playas a esa hora. He llenado la nevera para otros diez días más y mucho me temo que voy a temblar mañana por la noche pues tengo un compromiso para salir a cenar a un restaurante; ya no me fío, en el mes de marzo nadie le vio las orejas al lobo, pero ahora hay que estar muy distraído –o muy tonto- para no vérselas. Me he comprado una mascarilla de esas que se pueden lavar frotándola con un poco de jabón –muy cuqui y por 5,95€, en farmacia- y ahora uso el pintalabios para estar en casa; prefiero consolarme que contagiarme. No me concentro en la lectura de la novela ligera que me compré, así que prefiero recordar “El poder del ahora” que siempre viaja conmigo. Si de esta no aprendo, no me lo perdonaré nunca. Felices los felices. Fotografía: Amanecer en blanco y negro.

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