viernes, 3 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL. Día 13

Dormir con la ventana abierta tiene su cara oculta que no es otra que ser receptor de cuanto sonido tenga lugar en el exterior. He reflexionado esta madrugada –eran las 03.15h.- sobre la necesidad del ser humano de pasearse por la zona más tranquila de una pequeña urbanización hablando por el móvil a voz en cuello; se le oía todo, pero todo, todo. Que si no puedes hacerme esto, que después de lo que yo te he dado, que qué voy a hacer ahora… una confesión pública de un lamento privado. No me ha quedado otra que sacar medio cuerpo fuera y gritarle tapando su voz que, por favor, que se oye todo, que queremos dormir, que gracias. Ha sido automático, el interfecto ha dejado de pasearse por la acera, se ha montado en su vehículo y ha salido zingando. Los hay que sufren con mala suerte, pobre hombre, no sabe que los lamentos de madrugada son poco efectivos, mejor un email sensato a media mañana… Y el viento, que se ha puesto –Ono a 38 km/h.- ideal para que vuelen las cortinas, la ropa puesta a secar y el sueño. Al filo de mi hora de levantarme estaba estragada por el ajetreo nocturno así que me he dado media vuelta y me he encomendado a todos los dioses antiguos y nuevos hasta pasadas las nueve. Qué le vamos a hacer, debo acostumbrarme de una vez por todas a ser tolerante y flexible conmigo misma, si no hay un tren que coger o una herencia que cobrar… ¿qué más da si voy o vengo a los sitios antes o después o si, como en este caso, no voy en absoluto? He aprovechado para hacer una olla de caldo de verduras: pronto el bendito aroma impregna la casa y me produce el bienestar de las cosas buenas y sencillas. La invasión de mosquitos de ayer ha dejado su huella –otra más- en la pintura fresca de mi cuadrito; he decidido “levantar los cadáveres” con las pinzas de depilar por aquello de la estética del paisaje. También he aprovechado la ausencia de playa para poner sobre “el papel” las últimas reflexiones personales acerca del confinamiento e intentar gestionar las consecuencias del “no estar” y “no ser”. Y luego, a los pinceles, que cuando me pongo, me pongo. Hacia la hora del ángelus me he puesto “lo de andar” y me he ido con los bastones a recorrer las fincas de los payeses que recordaba libres y ahora están valladas y casi electrificadas. ¡Qué tiempos aquellos en los que íbamos con los niños ya de noche “a robar” fruta! Comer, descansar, leer y larguísima sesión telefónica con quien necesitaba desahogarse: hoy me ha tocado ser “oreja mayor del reino”. Qué día más extraño, me voy a dormir pronto que tengo mucho bueno y bonito por soñar. ¿Mañana? Ni idea, oiga. Me encantan las sorpresas… y se avecina una cum laude. Felices los felices. (Fotografía de árboles bailando al viento)

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