jueves, 2 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL.- Día 12


A las ocho de la mañana siempre hay sitio para aparcar frente a la playa que suelo frecuentar. Antier –qué bonita palabra aprendida en México- mientras preparaba los bastones para hacer un par de horas de marcha gracias a lo nublado del día, pegué la hebra con un hombre “a partir de los 50” que se calzaba las zapatillas de correr. Siempre he dicho que “correr es de cobardes” y esta boutade enmascara la incapacidad mía de coordinar piernas y respiración más allá de ir a “paso señorita”. El caso es que hoy hemos vuelto a coincidir: él con sus zapatillas de marca y yo con mis pies descalzos para andar por la orilla. Nos ha parecido que la casualidad brindaba por nosotros y nos hemos saludado con el brío de los “viejos conocidos”. Después, él se ha ido brincando hacia el este y yo a mojar mis pies hacia el oeste, dejando nuestros respectivos coches aparcados bien juntitos. Dos horas después, terminado mi deambular soñador o reflexivo por la orilla del mar y sintiendo que el agua del Mediterráneo reblandecía mi piel como los garbanzos en remojo, he visto que me estaba esperando. Disimulando, como suelen hacer los hombres a cualquier edad para disfrazar de coincidencia los más sencillos deseos. Como soy muy resolutiva le he preguntado si quería acompañarme al café con leche mañanero en el chiringuito que recién abría echando chorros de algo que hacía mucho vapor sobre mesas y sillas. Las diez de la mañana y ligando, si es que hay que tener poca vergüenza o nada mejor que hacer, pero con los lustros no solo se pierde piel sino que se ganan escamas. Me he callado que “tenía que” volver a casa a pintar y él me ha descrito la belleza del “bosque de la marquesa”, un lugar cercano al que tímidamente me ha propuesto ir juntos a pasear “algún día”. De vuelta a mi terraza he comprobado que el cuadrito que empecé ayer tenía varios mosquitos fosilizados en el azul del óleo. A esto se le llama naturaleza muerta, vaya que sí. No sé si dejarlos ahí o quitarlos con la espátula. Entre una cosa y otra se me han venido los calores y he acabado en la piscina –huérfana de fiesteros- sintiendo que la vida es bella. A la hora de comer no tenía nada organizado y he tenido que improvisar el condumio con más imaginación -un frasco de gazpacho y un humus con rábanos y zanahorias- que fundamento. He terminado de leer, por segunda vez, “La sombra del viento”, embelesada con la sabiduría de Fermín Romero de Torres y el mal saber perder del inspector Fumero. Pobre Ruiz Zafón, morirse tan pronto cuando tenía tanta buena literatura dentro por compartir, da rabia la muerte que quita oportunidades… Hace calor, demasiado para cosa buena, así que me bajo al jardín con un nuevo libro rociada de un líquido que se llama “Relec Extra Fuerte” y que huele como el Chanel num.5 mezclado con friegasuelos. Efectivo sí es, aleja a los mosquitos produciéndoles asco, eso está claro. Otra cosa es el pestazo que se me ha quedado a mí en la ropa y en la piel. Al filo de las ocho he ido a dar un paseo acercándome a zona civilizada para aprovisionarme de dos cosas importantes: nuevas fotografías para inspirar mis cuadritos y algo para cenar. He encontrado de todo y en abundancia. Para rematar el día la película “Adú” que me ha dejado sabor amargo. Solucionado con un bombón de trufa y praliné. ¿Mañana? Ni idea, oiga. Me encantan las sorpresas. Felices los felices. (Fotografía: el coche rojo esperando en solitario).

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