domingo, 26 de julio de 2020

BITÁCORA ESTIVAL- "Se acabó lo que se daba"


Día 35 (25 de Julio)
Treinta y cinco días, cinco semanas bien contadas me he pasado en “mi otro mar”. Que no son vacaciones propiamente dichas sino algo así como “ir al pueblo”, ese retorno periódico a un lugar donde también hay ciertas raíces, pues son ya muchísimos años –casi cuarenta- los que llevo pisando tierras catalanas como destino invariable en los meses veraniegos. Buscando el calor y huyendo de la lluvia vine, y vuelvo ahora huyendo de los más de 30 grados continuos y suspirando por un poco de sirimiri. Así somos los humanos que parece que nunca estamos conformes con lo que tenemos y nos aburrimos hasta de aquello por lo que otros suspiran. Así que esta mañana ha sido la última de ir a la playa y bañarme en las aguas del mar. Vuelvo a mi tierra donde también hay playas, pero a las que tengo en mi lista negra por la fobia que me producen las aglomeraciones y, sobre todo, las playas urbanas que no son otra cosa que un escaparate en el que unos se exhiben para que otros observen con una cierta avidez. Ya desde joven me daba repelús eso de tomar el sol de espaldas al mar, dónde se ha visto, por favor, y de cara al paseo y los paseantes mirones y curiosones. Cosas mías, insisto, que a mí lo que me gusta de mi tierra es el monte y el bosque y los parques y todo lo verde, incluso las lechugas que no las hay en otros lugares como las “de aquí”. Hoy me he quedado en la playa tres horas, bajo la sombrilla porque no puedo ni deseo estar morena por cuestión de supervivencia y salud, y he visto algo inaudito (otra vez). Una pareja joven paseaba por la orilla y de repente él ha salido disparado hacia el mar, en plan como si le fuera a salvar la vida a alguien, y ha agarrado con las dos manos y sacado fuera del agua a tirones… ¡una silla! Me han dado ganas de aplaudirle, de verdad, imagino que estoy nadando tranquilamente y se me mete una pata metálica por un ojo, peor que los tentáculos de un pulpo gigante, por favor… ¿quién ha sido el subnormal que ha tirado una silla al mar? Y sobre todo… ¿con qué fin? Imagino que para dárselas de líder de su pequeña manada de bonobos en bañador, en fin. Y ya el día ha pasado entre recoger chanclas y bañadores, vaciar la nevera y preparar el equipaje para cargarlo mañana en cuanto despierten al domingo los pajarillos. Me gusta conducir y sobre todo cuando voy sola y no tengo que dar palique a nadie ni soportar la cháchara del copiloto. No son más que 500 kms. Un paseo en dos tiempos y para cuando me dé cuenta estaré en mi casa, entre mis plantas –gracias, vecino- y retrasando el momento de volverme a poner a jurar en arameo por los ruidos del tren, los bocinazos y el racaraca del ascensor. A cruzar los dedos y cantarle a San Cristóbal. Me llevo el “Todo Nino” para los tramos de autopista. Felices los felices. Fotografía: una silla de escuela en la playa...y lo que queda de mí.

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