En esto de las relaciones afectivo-amorosas también están los usos y costumbres cambiando que da gusto. Antes o se tenía novio o se estaba casado, porque si era un amante lo que había, buen cuidado se ponía en no contárselo a nadie, por si las moscas. Pero desde hace unos años se ha puesto de moda un estado “incivil”, ése de ser “amigos con derecho a roce”, que dice clarísimo lo que ofrece, pero que calla malamente lo que quita.
Es una situación clara por ambas partes, que no llama a confusión ni a engaño y que deja a buen recaudo cualquier responsabilidad o mero compromiso. Se practica mayormente entre gente talludita que ya ha pasado por experiencias varias y que tiene pavor a un nuevo fracaso; también se usa muchísimo entre el tipo de personas especialistas en “nadar y guardar la ropa”. Los jóvenes no lo usan demasiado porque ellos, angelicos, todavía creen en la pareja y se comprometen, se embarazan, se meten hipotecas en vena…(que es lo único para toda la vida, visto lo visto).
El caso es que yo también quisiera tener un amigo con derecho a roce, pero no me sale. Y me explico. Chico conoce a chica –extrapólese a nuestra provecta edad- y se gustan. Empiezan a salir y acaban entrando en la cama donde todo funciona mejor de lo esperado. Llegan las vacaciones y las pasan juntos, un buen día se encuentran por la calle con los hijos de él o de ella y hay presentaciones apresuradas con cierto embarazo (del ruboroso, no del otro). Al cabo del tiempo –pongamos varios meses- uno de los dos, casi siempre la mujer, plantea la pregunta del millón: “Oye, fulanito, nosotros…¿Qué somos?”
Y si dijo, ya dijo. –“¿Cómo que qué somos? ¿Hay que ponerle etiquetas a todo? –“No, no, qué va, pero bueno, mi hijo me preguntó ayer en qué plan íbamos tú y yo y bueno…pues no supe qué decirle”.
Este es el momento en que el hombre suele descomponerse por dentro y recordar que al día siguiente tiene que madrugar. O, si es al revés, puede que ella le plante un beso en toda la boca y le sugiera dejar el tema para otro día.
Las personas mayores de cierta edad, con experiencias matrimoniales a la espalda y divorcios al frente, con ganas de amar y ser amadas, con ganas de tener una vida sexual activa, de divertirse todavía, de viajar, de compartir, cuando se juntan de a dos tienen un problema evidente: decidir qué son. Porque puede que se aprecien, incluso que se quieran, pero no desean una nueva convivencia o un compromiso estable. Y tampoco desean practicar el “aquí te pillo, aquí te mato”…entonces ¿qué?
Pues lo dicho, “amigos con derecho a roce”, que significa que tienes a alguien con quien te acuestas sin necesidad de andar picoteando por ahí; que significa que te involucras en una relación únicamente cuando te apetece, en lo cómodo y sin compromiso aparente. Que no quieres que se diga que tienes novio ni novia porque eso te restaría otras oportunidades mejores y que tampoco quieres tener perro que te ladre aunque a ti te guste y te interese ir a ladrar a la puerta de alguien de vez en cuando.
La verdad es que, con los tiempos que corren, con tanto gato escaldado afectivamente, cada vez es más difícil que se encuentren dos personas con los mismos intereses, sobre todo si son de la misma quinta. Porque a partir de cierta edad, sin querer renunciar al amor galante, no se quieren aceptar responsabilidades que, por experiencia, se sabe que son grilletes para la mente e incluso para el alma y, si me apuras, para el bolsillo también.
Y así anda el personal no casado ni comprometido –unos más y otros menos-, jugando a querer ser sin ser del todo, ni novios, ni amantes, sino amigos con derecho a rozarse a la hora de la siesta los sábados que les viene bien.
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
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