Es obvio que no son consejos de belleza los que se van a leer aquí. De hecho, ni siquiera son consejos ni recomendaciones, tan sólo una impresión personal que puede que no valga nada más allá de la frontera de las paredes de mi corazón.
Yo cambio la piel en otoño. La cambio por desgaste de la anterior, por necesidad vital, vamos. Si por mí fuera seguiría con la misma unos cuantos meses más, puliendo aristas y recomponiendo entuertos, pero un algo tiene el previsto invierno de fríos internos y exceso de sopas que me impele a desprenderme con tiempo suficiente de las escaras que me han salido durante el tiempo de la ilusión –primavera- y la emoción –verano.
Pero ya no queda nada de todo eso. El tiempo de brazos al aire y melena al viento ha terminado; casi siempre con menor gloria de la esperada, pero todavía con la memoria de algunos besos. Porque mientras hay besos queda esperanza.
El otoño del calendario no siempre va de la mano del otoño del corazón, aunque marca una pauta a la que difícilmente se sustraen los humanos que dan importancia a las cosas del quererse por dentro. Ya sabemos que hay “viejos” de treinta y tantos y “chavales” de más de setenta. Cuestión de actitud (y un poco de buena suerte con la salud).
Este mes de Noviembre no viene con vientos que tengan que airear mi casa interior y quiero pensar que es porque no los necesito. Al revés que otros años, en los que he necesitado poner patas arriba mi espíritu y adecuarlo a mi realidad, en estos momentos parece que todo es miel sobre hojuelas y, a la espera del subidón de azúcar, prefiero hacer el trabajo ahora que todavía tengo buen humor, ganas y fuerzas suficientes.
Porque cambiar la piel desgasta. Desgasta hasta a quienes no tienen conciencia de que cambian de piel; incluso a aquellos que nunca han pensado en esa “piel del alma” que con los años, con la vida, con las ilusiones, va soltando sus pequeñas escamas de cansancio, lágrimas y desesperanza sobre nosotros, como si de un halo invisible se tratara. Invisible para los demás, pero nunca para quienes tienen la buena costumbre de “echar una mirada” hacia su propio interior.
Así que me tomo el día libre para preparar cuidadosamente “mi nueva piel”. Lo primero de todo, voy a aplicar una crema suavecita para que, si tengo que arrancar algún recuerdo doloroso, no me haga un estropicio. Luego la extenderé con mucho mimo por todos mis sentimientos, sin dejar ni uno sólo, y que repose durante un buen rato. Así es como consigo que las partes más sensibles reaccionen espontáneamente mostrando dónde está el mal. (Y digo “mal” por llamar de alguna manera a algo que luego voy a transformar en “bien”)
Después de la crema viene el agua. Caliente, templada o incluso fría, pero en gran cantidad. Ahí sí que hay que ser generoso a tope; necesitamos mucha agua para “limpiar” los restos de las emociones que se nos han quedado adheridas al alma durante el tiempo en que estuvimos expuestos al sol de los afectos, al calor de los amores, al ardor de las peleas. Que fluya el agua por dentro y por fuera. ¡Son las lágrimas tan buenas purificadoras…!
Y nos secaremos al viento. No al aire caliente artificial ni con el tacto suave y cálido de las toallas, sino abriendo de par en par todas las ventanas –incluso las atrancadas- y dejando que el aire limpio fluya por nuestra “casa interior” hasta llevarse la última gota de humedad.
Quizás alguien necesite utilizar un “jabón” de gran fuerza limpiadora porque tiene incrustado un recuerdo que no quiere salir; o un trauma que se agarra malamente al alma. O acaso un dolor más lacerante. No queda otra que restregar bien fuerte para limpiar la piel, porque de otra manera se irá sumando a lo que ya hay lo que está por venir, que vendrá, siempre viene.
Yo cambio la piel en otoño y lo hago yo solita, sin molestar a nadie. En silencio y a mi ritmo, con mucha aplicación y cariño porque, a fin de cuentas, es conmigo misma y con mi piel del alma renovada, con quien voy a tener que pasar el invierno.
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com
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ResponderEliminarSi mas de uno,
ResponderEliminarnecesitamos usar productos fuertes, para depurar viejos recuerdos, desinfectar viejas heridas y cicatrizar desamores y frustaraciones.
Los bálsamos, seamos sinceros, también son bienvenidos, no te digo que no, que la cuesta ademas de fría seguro que va a ser dura.
Como nos conoces Alqui...
Fuerte abrazo.
Javier
Javier...Lo más importante de todo es tomar CONCIENCIA de ello...Luego, ya iremos poco a poco, realizando el trabajo, ayudándonos de los amigos, consolándonos cuando necesitemos consuelo..
EliminarAmores.
Alqui.