Cuando salgo por las mañanas, al filo de las ocho y pico, a dar mi habitual paseo por la orilla del mar, paso por delante de una residencia geriátrica con aspecto de hotel apañadito. Está ahí desde hace muchos años, pero nunca me había detenido a mirar…y a reflexionar.
Lo que me ha llamado poderosamente la atención es que, a una hora tan temprana, los residentes estén ya sentados en sus puestos, en los porches, en un jardín que no tiene hierba, tomando la fresca de la mañana y mirando al infinito. Me sorprendió porque pensé que no eran horas para el solaz, pero luego quise justificarlo con los horarios del personal que tendrá que hacer camas y limpieza; en fin, el trajín propio de cualquier “hotel”.
No es una residencia cerrada, puesto que algunas tardes, los veo a ellos, a los huéspedes, pasear hasta el mar y vuelta, aunque son muy pocos los que aparentemente abandonan el recinto para aventurarse hasta el espacio donde habitan quienes no tienen las carencias de las que ellos adolecen.
No puedo ni debo juzgar si la vida que llevan estos ancianos es triste, patética o por el contrario felizmente elegida en libertad por ellos mismos puesto que, por lo que veo, se valen todavía por sí mismos.
Es obvio que es un camino sin retorno; de allí saldrán hacia el hospital para sus últimos días cuando la maquinaria avise de su deterioro irreversible o directamente al tanatorio. No son vacaciones pagadas.
Puedo pensar que están contentos de estar ahí, en un entorno más o menos “lujoso” y privilegiado en vez de… ¿en vez de QUÉ?
¿Moriremos de la misma manera en que hemos vivido?
¿Recogeremos lo que hemos sembrado?
El resto de pensamientos se agolpan en mi mente y no puedo plasmarlos en el papel sin haberlos ordenado antes. Es un caos al que en algún momento todos tendremos que enfrentarnos. El mío, de momento, reclama toda mi atención.
En fin.
LaAlquimista
*Post escrito desde "mi otro mar"
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