miércoles, 5 de noviembre de 2014

La reina del cotilleo, la red social


 

Me costó un año entero decidirme a utilizar la herramienta social llamada Facebook y empezar a participar de esa “ventana indiscreta” que tiene abducidas a millones de personas. Pensaba, y no sin razón, que se me iban a meter en la página los cotillas de turno, esos que miran por el agujero de la pared qué cocinas en tu casa para criticarte, pero que luego hacen en la calle como si no te conocieran de nada. Creía, y con bastante acierto, que personas a las que había olvidado porque no quería volver a saber nada de ellas iban a merodear por mi página y, quien sabe, si acaso molestarme.

Pero me ha costado unos pocos meses comprobar que el invento este es como una herramienta cualquiera: si la usas bien sirve, si la usas mal te da disgustos. Intentaba el otro día explicarle a mi madre cómo funciona la cosa, las posibilidades que tiene y apostilló atinadamente: “pero tú ahí contarás lo que quieras contar nada más ¿no?”. Ese es el truco, obviamente. Unos pecan por exceso y otros por defecto, hay quien cuenta intimidades que no vienen a cuento y quien pone fotos familiares hasta los bisabuelos…!allá ellos!

Un martillo sirve para clavar clavos, romper prejuicios…o abrirle la cabeza al de al lado y no viene con libro de instrucciones. Facebook da opciones, permite privacidad y acepta exclusiones y rechazos. Bloqueos de gente indeseada y denuncia de cualquier acoso. Siendo así, me sorprende que todavía haya personas que digan que eso es como un patio de vecindad y que no quieren que nadie conozca sus vidas.

Gracias al invento del Sr. Zuckerberg he encontrado a una prima carnal a la que no veía desde hace treinta años. He retomado el contacto con una querida amiga de los dieciséis, y aquel enamorado adolescente ha compartido sus viejas cartas de amor conmigo. La compañera de estudios que volvió a su país americano y a la que pude visitar cuando mis pasos me llevaron a ese lado de la geografía, el novio de grato recuerdo que ya es abuelo y con el que hacer risas por lo tontos que éramos.

A cambio, y como no podía ser de otra manera, reapareció en mi correo electrónico aquel canalla que me despellejó el alma sin piedad y me envió fotos viejas un amor despechado al que en su día tuve que quitarme de encima. Para compensar lo bueno obtenido, algunas personas con las que no quiero tener el más mínimo trato se valen de intermediarios para ver mis fotos o cotillear mis enlaces; no me importa, es lo único que podrán obtener de mí. Me encanta que se encuentren con el letrerito de que “esta persona sólo comparte su perfil con sus amigos”; eso sin contar el gustazo que da “rechazar la solicitud de amistad” cuando es alguien indeseado quien llama a mi puerta virtual. Ya digo, una buena herramienta si se sabe usar bien.

Fíjate si la usaré bien que hasta mis propias hijas me tienen agregada…

Ya no me importa ir olvidándome de las cosas poco a poco, me preocupa menos que antes que la memoria se disperse en lagunas llenas de niebla, porque ahí estarán, en ese limbo lleno de luz donde habitan cibernéticamente todas las personas que tuvieron alguna vez importancia en mi vida, jugando a encontrarse de nuevo conmigo, a sonreir intercambiando recuerdos, riendo nostalgias o viejos errores que ya no importan nada.

¿Habrá alguien que tenga agregado a su perfil de Facebook a TODAS las personas que ha conocido en su vida? Si ha nacido después de 1980 es más que probable que sí. Dudo que haya un sólo joven en el mundo en el que se come tres veces al día que no tenga un ordenador y en él su biografía publicada en forma de fotos con un vaso en la mano (o cualquier otra variante).

Escuché hace poco los argumentos de alguien de mi quinta que se negaba en redondo a acceder a este tipo de herramientas tecnológicas. No intenté convencerla de nada. Conociéndola, estoy segura de que no la agregaría a mi Facebook…

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:



 

 

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