sábado, 15 de noviembre de 2014

Una tarde en silencio



Afuera llueve. Incluso hace un frío que no invita a abrir la ventana, a pesar de ser otoño. La habitación separa los dos mundos que se encuentran unidos por algo más profundo que el amor. Lo más cerca posible de la luz natural sitúas el lienzo y las pinturas; es un privilegio que no se discute, la creación necesita el chorro directo de luz.

En el otro extremo de la estancia, arropada por una lámpara y una mesa confortable, escribo. Miro tu espalda combarse sobre el lienzo; tu brazo sujeta el pincel de forma contundente, parece, un poco desde lejos, un director con su batuta. Porque hay música en el espacio, te acompañas de ella para pintar mientras que yo prefiero el silencio para escribir. Tan sólo un suave runrún que llega a mi campo auditivo sin molestarme; tu espacio, mi espacio.

Ya llevamos más de dos horas de esta manera, con una concentración total. Pero tú no sabes que te observo, aunque puede que lo intuyas, porque de vez en cuando, como para saber que sigo ahí, giras un poco el rostro y de soslayo perfilas mi sombra en tu realidad.

No me gusta escribir con nadie al lado; ni siquiera la lectura es una actividad que me seduce compartida. Sin embargo, descubro con sorpresa que puedo hacerlo en la misma habitación en la que tú estás pintando. (Luego me confesarás que a ti te ocurría lo mismo, que la sorpresa ha sido mutua)

El perro duerme profundamente a mis pies y se sobresalta en sueños si tecleo con demasiada rapidez; cambia entonces de postura mientras abre sus ojos sin ver más que mi sombra y sigue durmiendo. No sabe hacer otra cosa. Es básica su vida: comer, dormir. Poco más. Muy poco más. Tampoco puede pensar, seguramente tampoco amar, si acaso un instinto de fidelidad a quien le proporciona cobijo y ayuda.

Son casi las siete de la tarde cuando un viento barre las últimas nubes y aparece el sol para despedirse por el día de hoy. Esos rayos de luz parece como si dieran un brío nuevo a tu brazo que intuyo cansado y las pinceladas se vuelven sonoras –yo las escucho desde mi rincón escribidor- y más ágiles, como si acometieran la parte final de la sinfonía de colores que te ha emocionado durante toda la tarde.

Tecleo al compás de tu pincel sin que lo apercibas; mis pausas son tus pausas, la mano alzada con el pincel y los dedos detenidos sobre el teclado, como esperando el último empuje de inspiración para terminar un cuadro o un relato que se van a quedar inacabados en esta tarde silenciosa en que hemos compartido un reflejo de nuestras vidas sin apenas darnos cuenta.

Cuando la energía es paz, sobran las palabras.

En fin.

LaAlquimista

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