domingo, 9 de noviembre de 2014

Hacer lo que uno debe y dejarse de pamplinas


 

Nos toca lidiar con muchos “embolados” en esta vida; más de los que quisiéramos seguramente y, cansados, nos tienta la posibilidad de pegar un salto y encaramarnos a la barrera para, pertrechados, verlos pasar y ahorrarnos problemas. ¿Ahorrarnos problemas? ¿De verdad creemos que “dejándolos correr”, los problemas se pierden calle abajo y desaparecen al doblar la esquina?

Craso error, me temo. Lo que ocurre es que nos convencemos a nosotros mismos de que no vale la pena enconarse con la gente y las situaciones y que “aquí paz y después gloria”. De esta manera, tan cobarde en realidad, aunque le pongamos la etiqueta de inteligente, dejamos de hacer lo que debemos hacer.

Casos y ejemplos los hay a patadas, cada uno podría ayudar a incrementar la peculiar antología del disparate con su experiencia personal, si no fuera porque da vergüenza contar ciertas cosas. Casi todo tiene que ver con pequeños abusos de los que somos objeto, sin darnos cuenta que callando una y otra vez vamos dando forma de Ley a lo que ya hemos dejado que se convierta en Costumbre.

Me viene a la cabeza la situación recurrente de una persona que, sabiendo que le hace daño el alcohol, cada vez que lo toma le produce horribles dolores de cabeza y entonces desbarata la rutina, los planes y los proyectos de quienes están a su alrededor porque “le duele la cabeza”. Un día se va a encontrar de frente con que le van a mostrar la espalda y nada más.

También me acuerdo de un chaval que vive en casa de sus padres, trabajando y estudiando, y no aporta ni un céntimo de su sueldo a la economía familiar porque considera tiene derecho a vivir a mesa y mantel. Los padres no se atreven a exigirle que asuma su responsabilidad (proveerse el propio condumio) porque las veces que lo han intentado las broncas han sido de aúpa. En realidad, lo que ellos desearían –escuchado muchas veces- es que se fuera de casa de una vez y les liberara de la tensión de una situación desagradable. Un día ese chaval se encontrará de frente con todas las responsabilidades a las que ahora está volviendo la espalda.

Y sin ir demasiado lejos, en mi propia familia tengo el caso de quien aguanta y aguanta –por su forma de ser- ciertas salidas de tono inveteradas por parte de otra persona que, amparada en el cariño  que se le tiene, se cree con derecho y patente de corso de considerar únicamente la propia conveniencia apartando de su lado a todo aquel que le ofrece, con la mejor voluntad posible, la ayuda que no le da la gana solicitar. Un día también puede que tome conciencia de que no se deben “echar margaritas a los cerdos”.

Al final hay que hacer lo que cada uno sabe que tiene que hacer y dejarse de miramientos: con la familia, con los amigos, los compañeros, los vecinos y el público en general. Que la sutil línea entre ser bueno y ser tonto se traspasa sin que apenas uno se dé cuenta de ello.

En fin.

LaAlquimista

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