Y mira que nunca me ha gustado quejarme, que cuando algo me estallaba por dentro, siempre decía que no me quejaba sino que me manifestaba, pero al final he caído en mis propias redes, tengo quejas, sí, y no puedo acallarlas por más tiempo porque no sé cuánto me queda (de tiempo) ni cuántas me quedan (quejas), así que a vuelapluma como quien dice, con pocos puntos y aparte y ningún punto suspensivo que no está la cosa para andarse con miramientos retóricos, me sale de las tripas quejarme de varias situaciones que vengo soportando estoicamente desde hace varios años sin levantar la voz ni la mano. Me quejo amargamente de todas las mentiras que me han lanzado a la cara, no solamente de persona a persona, sino las que los políticos me han puesto encima de la mesa y me han dicho, “come y calla”; pues no me da la gana callarme, ya que “tragar” no me queda más remedio. Me quejo de la doble y hasta triple moral del personal que sale todos los días en los titulares de los periódicos diciendo que van a recortar de aquí y de allá y luego resulta que sólo recortan del lado del más desfavorecido. Me quejo como se quejaba el pueblo ruso antes del 17 de Octubre de aquel año en que tuvieron que salir por piernas los que vivían en palacios y veraneaban –o pasaban el invierno- en otros palacios. Me quejo con todos los que no se atreven a quejarse por miedo a que les quiten lo poco que les queda, me quejo de los pusilánimes que temen levantar la voz, me quejo de los cobardes que están en la piscina llena de porquería y le piden a la virgencita que no haga olas, me quejo de los que siguen trabajando por una miseria y sin contrato y le reafirman al sinvergüenza de turno de que este es un país de esclavos disfrazados de lo que sea. Me quejo de la gente que se queja en la barra del bar y no hace nada, me quejo de los que critican y ponen a parir al Gobierno y les sigue votando –y les volverá a votar en la no-revolución del próximo Octubre-, me quejo de quienes hablan y hablan por no callar pero que siguen alimentando las fauces que nos están devorando desde hace años. Me quejo de todo lo que no me he estado quejando en los últimos tiempos y como tengo quejas acumuladas por eso sale la parrafada como el agua del grifo, que nada arrastra, aunque quisiera que mi queja fuera lava de volcán y obligara a desalojar el circo que se han montado los que mueven los hilos impunemente. Pero más me quejo todavía de los “de abajo”, de los que sufren en silencio cuando deberían levantar la voz, me quejo de los ancianitos jubilados que están comiendo congelado porque tienen miedo de perder un pequeñísimo tanto por ciento de su pensión, me quejo de que no se quejen, de que no aporreen con sus bastones las puertas de quienes les oprimen. Me quejo también de los jóvenes que siguen botelloneando como si toda esta desgracia no tuviera nada que ver con ellos, como si las cosas se fueran a solucionar por arte de magia, sin que ellos protesten, sin que ellos luchen, como luchamos nosotros, esta “generación bocadillo” de los que pasamos de los cincuenta y estamos teniendo que recoger las sobras putrefactas de toda aquella lucha que nos movió el alma y nos calentó el cuerpo en los setenta, cuando la gente estaba en la calle pegando gritos (y recibiendo palos) en vez de estar en casa viendo fútbol o en la playa ligando cáncer de piel. Y finalmente, me quejo de mí misma, por ingenua cuando tuve ideales, por cobarde cuando no los supe defender, por egoísta cuando pensé en lo mío únicamente y en lo de mis hijas, por tibia porque no he sido ni fría ni caliente, ahora mismo que debería elegir entre esgrimir lo único que tengo, la palabra, para lanzársela a la cara a los canallas que están hundiendo mi país, o callarme…
En fin.
LaAlquimista
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