No sé qué me pasa, la verdad, que llevo una temporada en que, sin pretenderlo expresamente, me salen las palabras como con telarañas añadidas, sacudiéndose el moho de tardes tristes, será por el mal tiempo que ya me afecta directamente al ánimo, como persona mayor que soy.
Porque cuando era joven daba lo mismo que cayeran chuzos de punta, que no había meteorología capaz de frustrar un buen plan, que las emociones no tenían que guarecerse bajo un paraguas sino que salían a disfrutar de la lluvia, si lluvia había. Ahora ya no. Ahora no me apetece salir de casa si hace viento, ni siquiera me apetece compensar el enclaustramiento con una suite de Bach y una taza de chocolate caliente. (Pero… ¿cuándo me ha gustado a mí el chocolate?).
El otro día, sin ir más lejos, me armé de valor, -y de gabardina y paraguas grande-, y me obligué a salir a la calle. “Iré hasta el mar a ver las olas” –me dije. Y también pensé que el aire fresco me lavaría la murria incipiente y me levantaría la moral, aunque no fuera más que por la satisfacción de haber luchado contra el enemigo sibilino que se adueña del espíritu dejándolo hecho polvo.
Pero no fue posible llevar a cabo la hazaña ideada: todo fue alejarme de los soportales de mi casa, salir al espacio arbolado del primer parque, recibir en plena cara el azote del viento y de la lluvia, para hacerme sentir como un soldado abandonado a campo abierto entre dos fuegos. Así que, cobardemente, emprendí la huida hacia la trinchera más cercana: mi casa.
Y es por eso que no escribo nada bonito últimamente, porque he dejado que mis pensamientos se centren excesivamente en lo que se me escapa por las rendijas del alma. Se lleva el viento las voces de mis hijas, tan lejanas y anheladas. Siento que el no verlas y abrazarlas me agarrota los músculos del alma (si es que lo que yo llamo alma pudiera tener miembros tangibles). Miro el calendario ineluctable en sus fechas marcadas. Unos billetes de avión reposan sobre la mesa de las cosas bonitas, pero aun faltan muchas lluvias para que nos ampare el sol unas al lado de las otras.
Tengo menos tiempo en la vida ya y, sin embargo, quiero meterle prisa, que corra alocadamente para que llegue el momento que yo deseo…y no puede ser. Es absurdo sentirme sola o triste o con frío a estas alturas de mi vida, cuando ya he hecho “los deberes” y me sé de memoria la lección que yo ideé para mí misma, el sonsonete que he repetido tanto tiempo de “da gracias por lo que tienes en vez de condolerte por lo que crees que te falta”.
Mis amigos no saben qué decirme.. Me miran con cariño y me ofrecen su compañía o lo que pueden en cada momento, cuando ven que “estoy pidiendo sin pedir, pero deseando que me ofrezcan”. Ellos también tienen sus penas, muchas veces más reales que las mías que, a fin de cuentas, no son más que accesos de nostalgias o pequeños deseos de sentirme abrazada en una tarde –otra más- lluviosa, fría y gris de primavera.
Será por eso que últimamente no me sale escribir cosas bonitas… aunque esto también pasará. Estoy segura.
En fin.
LaAlquimista
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