viernes, 14 de noviembre de 2014

Cura tú mismo las enfermedades que te provocas



 

Cuando el ser humano ya no sabe por dónde tirar para encontrar respuestas, se pone a hacer preguntas raras. O difíciles. Y siempre aparecerá alguien que tenga alguna respuesta –por manida que sea ésta- que ofrecer.

Vivimos tiempos de desasosiego, depresión y desencanto general lo que se traduce –y cómo no- en más enfermedades del alma y del cuerpo. Decir a estas alturas que el desequilibrio de la psique afecta al cuerpo es como que alguien anuncie a bombo y platillo que ha inventado el hilo negro. Lo que ocurre es que se está DIVULGANDO lo que cualquiera con dos dedos de frente ya sabía desde siempre.

¿Por qué murió aquella pariente de cáncer, tan joven? Y todo el mundo sabe que –es un ejemplo- era desgraciada porque el hijo le salió drogadicto o el marido le dio un malvivir. O que la depresión fulminante de otra persona amiga viene de la mano de la traición de su pareja o del desastre del negocio que emprendió. A nadie se le escapa que la paz interior, el equilibrio afectivo y una autoestima en su sitio son barreras efectivas contra la enfermedad.

Pero hacen falta MUCHOS ejemplos y cuanto más cercanos mejor, para llegar a creérselo en profundidad. Dicen, cuentan, “parece ser”, pero siempre son historias que les han pasado a otros, no vienen con el refrendo de la experiencia en primera persona. Porque da vergüenza, supongo y porque, en el fondo, ni los mismos que lo propugnan acaban creyéndoselo del todo porque si no, se pondrían a sí mismos como ejemplos.

Bueno, pues vamos a por uvas.

Como no debo hablar de personas conocidas, ni de familiares ni de amigos, hablaré únicamente de mí. Así nadie se enfadará conmigo. (Y si se enfadan, pues peor para ellos).

Hubo un tiempo en mi vida en el que estuve bastante enferma. Digo “bastante” y no “muy” porque no me gusta cargar las tintas. Hubo un tiempo en mi vida en el que fui profundamente infeliz. Fue un tiempo en el que sufrí malos tratos, tanto físicos como psíquicos y cuando llegó la enfermedad, en forma de un quiste hermoso en los ovarios, muy pocas personas quisieron relacionar lo uno con lo otro. Pero sí que hubo quien me puso en el camino de descubrir la relación directa entre desequilibrio psíquico, anímico, emocional o afectivo y la enfermedad del cuerpo.

Un quiste es un quiste y si se ve bien en las radiografías no hay nada que hacer más que operar. Pero no quise. Por mi especial creencia en técnicas de yoga e interiorización, decidí que me iba a curar sin necesidad de pasar por el quirófano. Con paciencia, fuerza de voluntad y ayuda externa, ROMPÍ DEFINITIVAMENTE con la persona a la que estaba atada afectivamente y que me machacaba el alma y a veces el cuerpo con mi más que vergonzoso permiso. Fue cuestión de pocos meses; en la siguiente visita al ginecólogo el quiste había desaparecido y desde entonces… hasta hoy.

Pero el hombre (y la mujer) tenemos el privilegio de tropezar las veces que haga falta con la misma piedra y volví a hacer una de las mías. Al cabo de varios años, me enamoré de un hombre para quien el amor era moneda depreciada y, aunque me di cuenta enseguida, no por ello me alejé de él, sino que seguí emperrada en esa relación durante más de tres años. Me decía a mi misma que los momentos felices eran extraordinariamente felices y que “me compensaban” con las horas largas de dolor, los ríos de lágrimas y, también, la rabia por no ser capaz de enfrentarme a la situación y cortarla de raíz. Como no podía ser de otra manera, de la noche a la mañana, me apareció un bulto en el pecho. El mismo ginecólogo de la otra vez –mi amable, comprensivo y profesional ginecólogo Javier- me dijo que esta vez no había tiempo que perder, ni mucho menos que esperar. Y en pocos días pasé por quirófano. Pero seguía enferma. El alma no sanaba y el cuerpo –coherentemente- tampoco. Tuve que someterme a terapia psicológica para poder “desprenderme del apego nefasto”. Y juré que nunca más…

Pasaron diez años y pude alardear de buena salud hasta que me enredé en una vieja, inacabada, pendiente y conflictiva relación tóxica con un familiar. Entonces fue el estómago el que mandó su aviso urgente. Dolores, cortes de digestión, cólicos a media noche.

Pero yo ya sabía dónde estaba el mal. Y en vez de llenarme de medicamentos para curar mi estómago, corté radicalmente la relación con la persona que me producía el conflicto.

Mano de santo, oiga.

Así que ya no necesito que me den charlas ni me recomienden libros sobre cómo curar mis enfermedades psicosomáticas. No creo que nadie lo necesite si es capaz de hacer una introspección honesta y sincera en su propia vida y proveerse de la fuerza necesaria para romper con quienes nos torturan con nuestro santo permiso.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com

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