lunes, 17 de noviembre de 2014

Dejar que los demás cometan sus propios errores


 

Cuántas veces nos dejamos llevar por una especie de “samaritanismo” mal entendido, dando opiniones, consejos y haciendo críticas sobre la forma de ser de personas queridas, sin darnos cuenta de que ellas también tienen derecho a cometer sus propios errores.

Al igual que nosotros hemos cometido los nuestros, y en no poca cantidad, haciendo oídos sordos a quienes nos avisaban, prevenían o simplemente ponían trabas a nuestras decisiones.

El problema –y bien gordo- se da cuando la persona que vemos va a cometer un error a nuestro juicio es un hijo o alguien muy allegado afectivamente. Intentamos ponernos en sus zapatos, ver las cosas desde su perspectiva, pero no podemos (o no queremos) dejar de lado nuestra experiencia o conocimiento empírico que nos avisa sin lugar a dudas de que esa decisión va a conducir a un auténtico desastre.

Ejemplos hay a patadas, pero los más clásicos son el del hijo o hija que elige una pareja que a nosotros nos parece “inadecuada”. Y puede que lo sea, quizás nuestro retoño haya caído en las garras de un “aprobetxategi” o de una “interesada”, a base de arrumacos, elogios y elevarle el ego hasta la estratosfera. Quizás nosotros veamos, desde la atalaya de la edad y la experiencia, que esa relación no puede acabar bien porque nuestro “radar” bien entrenado está emitiendo pitidos… ¿Y qué?

Otro ejemplo más que común –desgraciadamente- es cuando un hijo decide abandonar los estudios, que con tanto esfuerzo habíamos previsto para él, para dejarse seducir por los cantos de sirena de un dinero fácil en un trabajo que, intuimos más que sabemos, no tiene futuro posible.

Pero no sólo de los hijos se trata; también nuestros familiares hacen cosas que a nosotros nos parecen auténticas barbaridades. Se meten en negocios poco claros, eluden el tratamiento adecuado de una enfermedad, tiran la toalla de la vida y se abandonan a la inanidad aparente. O el amigo que sigue atado a una esposa que no lo ama y a la que él tampoco ama por el puro chantaje emocional de no quedarse sin los hijos a diario y decide continuar viviendo en una casa que ya no es un hogar sino un campo de batalla.

Y ellos nos lo cuentan y nosotros deberíamos callarnos o, por lo menos, no poner el grito en el cielo, diciéndoles lo que “nosotros” haríamos en su lugar, aconsejando sin darnos cuenta de que ELLOS no pueden tomar decisiones desde nuestra perspectiva sino desde la suya. Que nadie escarmienta en cabeza ajena, que las experiencias de los demás son buenas para ellos y poco más. Que si nos metemos en su vida acabaremos consiguiendo que no nos cojan el teléfono más o que eviten nuestra compañía.

Porque ellos –al igual que nosotros- también tienen derecho a cometer sus propios errores por mucho que, desde este lado de la barrera, haya una pitonisa con bola de cristal que YA SABE lo que va a pasarles… ¿Y qué?

Si tu hijo te dice que va a dejar el trabajo fijo ¿? que tiene y se va al Cono Sur a enseñarles a los de allí el cultivo de la judía verde, pues a buscar billetes baratos para ir a visitarle y hacer turismo. Si tu padre (anciano) se quiere casar con la joven cuidadora que le cuida de maravilla y le alegra los últimos años de su vida, pues a aprender a bailar salsa o merengue y a apoyarle en todo para que no te desherede. Si tu mejor amiga insiste en dejar al marido después de toda una vida juntos y se va a vivir su “pasión turca” con el capitán del barco que ha conocido en un crucero por las islas griegas y está como loca de contenta…!regálale el último modelo de Victoria’s Secret para que lo disfrute a tu salud!

Hay que dar la oportunidad a los demás de cometer sus propias locuras, a llevar a cabo sus propios sueños, a atesorar sus propios e intransferibles errores…como hemos hecho nosotros. Y estar luego a su lado para ayudar a recoger los pedacitos o celebrarlo con champán.

En fin.

LaAlquimista

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