viernes, 28 de noviembre de 2014

Mi perrito casi se muere (Reflexión a posteriori)


    

*Ocurrido en Noviembre 2012

Ya ha pasado el susto, pero durante una semana larga mis días (y mis noches) han transcurrido en un sinvivir cuidando y vigilando la evolución de mi perrillo Elur que fue diagnosticado de meningo-encefalitis y que padeció una grave hemiparexia en el lado derecho. Ver a la pobre criatura tambaleándose sobre dos patas y sujetando su cuerpo en precario contra la pared, para acabar cayendo al suelo encogido sobre sí mismo, sin reflejo alguno, con la vista perdida, las mandíbulas imposibles de abrir –y en consecuencia de ingerir alimento-, me dejó hecha polvo por dentro y por fuera.

Lo que en un ser humano puede ser una enfermedad grave, en un animal de cuatro kilos es casi la muerte segura, principalmente porque no se dispone de una asistencia sanitaria que acoja al paciente con intención de salvarlo sino que, según he descubierto, en cuanto un perro cae enfermo ya hay muchas “almas caritativas” que te recomiendan que lo hagas sacrificar para evitarte molestias, ahorrarte un dineral en veterinarios-que esa es otra-  y, eventualmente, sufrimiento al perro.

Hice caso omiso de esas voces agoreras y me dediqué a pasarle energía positiva que apoyara el efecto de la cortisona y los antibióticos. Lo tuve en brazos más horas que las que lo había abrazado en el año largo que está conmigo; le conté cuentos de perritos que se curaban, le canté canciones tontas que me inventaba sobre la marcha, le llené de caricias y hasta de besos (quién me ha visto y quién me ve) y, con santa paciencia, le fui introduciendo por entre los colmillos una jeringuilla de boca ancha con agua mezclada con medicamentos. Tres días estuvo sin comer –porque no digería nada- y perdió el 25% de su peso. Se quedó literalmente en los huesos.

 Ya ha pasado la fase crítica y mi Elurtxito vuelve a querer ser el perrillo contento, simpático y guapo que siempre ha sido. Al ver que reaccionaba bien al tratamiento compuesto (de medicamentos y mucho amor) y que la recuperación de su salud era un hecho, fue cuando a mí me dio un ataque de ansiedad por la tensión acumulada y caí redonda (es un decir). Necesitaba reubicarme espacialmente –demasiados días sin hacer vida normal, sin salir de casa prácticamente- y recuperar mi ritmo, volver a cantar por las mañanas.

Mis amigas y amigos queridos (ahora los quiero todavía más) han estado ahí, que le han hecho escuchar música especial, que han rezado a San Francisco, le han puesto velas y regalado paté de importación rico en proteínas. A mis hijas les oculté la gravedad del asunto porque no soy yo de las que da noticias malas en la distancia ni aporta preocupaciones a la vida de los demás hasta que no están los asuntos encarrilados.

¿Qué he sentido yo durante la semana larga en que he visto a Elur apagándose por momentos y dependiendo exclusivamente de mí para recuperarse? Podría contar aquí que se me ha despertado la fibra sensible, que egoístamente no quería perder a mi perrito, que no me conformaba con que su vida escapara de mi lado de esa manera…

¿Por qué hace falta la enfermedad, la angustia y el dolor para darnos cuenta de lo que queremos a otro ser?

 ¿Qué necesidad hay de esperar a que alguien cercano esté moribundo para decirle “te quiero”?

¿Nos damos cuenta de cuánto amor se desperdicia por falta de toma de conciencia?

Sí, ya sé que un perro –que a fin de cuentas es un animal- no puede ni debe ser comparado con un ser humano; no obstante, éste ha sido mi aprendizaje. Tomar conciencia de que, imaginándome la vida sin Elur a mi lado ésta no tendría la misma dulzura que tiene ahora. Igual es que me he convertido en una sentimental con el paso de los años; igual es que he aprendido a dejarme sentir totalmente en mis propias emociones quitándome caparazones racionales que no me hacían maldita la falta.

También he pensado mucho en una persona que no me hace caso apenas cuando las cosas me van bien y estoy feliz como una lombriz, pero que cuando estoy sufriendo o me ocurre algún percance, siempre está ahí sin saber decir ni expresar su cariño más que en esos malos momentos. Nos perdemos tanta vida, nos perdemos tanto amor por no dejarnos sentir…

Como efecto colateral de esta situación que ha alterado mi día a día y removido mis entrañas, también debo aprender a gestionar el reproche que me ha surgido hacia quienes, “debiendo” haberse interesado por la salud de Elur, no han sido capaces ni tan siquiera de ofrecer una llamada de teléfono. Otro trabajo de Hércules más a acometer…

Bien está lo que bien acaba. Lección aprendida y…espero no tener que volverme a presentar a examen.

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

apartirdeloscincuenta@gmail.com

*Dos años después, una fuerte recaída ha vuelto a convulsionar la salud de Elur. Pero...¡prueba superada de nuevo!



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Mi perrito casi se muere. (Reflexión a posteriori)
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Cecilia Casado | 23-01-2013 | 12:25

 

Ya ha pasado el susto, pero durante una semana larga mis días (y mis noches) han transcurrido en un sinvivir cuidando y vigilando la evolución de mi perrillo Elur que fue diagnosticado de meningo-encefalitis y que padeció una grave hemiparexia en el lado derecho. Ver a la pobre criatura tambaleándose sobre dos patas y sujetando su cuerpo en precario contra la pared, para acabar cayendo al suelo encogido sobre sí mismo, sin reflejo alguno, con la vista perdida, las mandíbulas imposibles de abrir –y en consecuencia de ingerir alimento-, me dejó hecha polvo por dentro y por fuera.

Lo que en un ser humano puede ser una enfermedad grave, en un animal de cuatro kilos es casi la muerte segura, principalmente porque no se dispone de una asistencia sanitaria que acoja al paciente con intención de salvarlo sino que, según he descubierto, en cuanto un perro cae enfermo ya hay muchas “almas caritativas” que te recomiendan que lo hagas sacrificar para evitarte molestias, ahorrarte un dineral en veterinarios-que esa es otra-  y, eventualmente, sufrimiento al perro.

Hice caso omiso de esas voces agoreras y me dediqué a pasarle energía positiva que apoyara el efecto de la cortisona y los antibióticos. Lo tuve en brazos más horas que las que lo había abrazado en el año largo que está conmigo; le conté cuentos de perritos que se curaban, le canté canciones tontas que me inventaba sobre la marcha, le llené de caricias y hasta de besos (quién me ha visto y quién me ve) y, con santa paciencia, le fui introduciendo por entre los colmillos una jeringuilla de boca ancha con agua mezclada con medicamentos. Tres días estuvo sin comer –porque no digería nada- y perdió el 25% de su peso. Se quedó literalmente en los huesos.

 Ya ha pasado la fase crítica y mi Elurtxito vuelve a querer ser el perrillo contento, simpático y guapo que siempre ha sido. Al ver que reaccionaba bien al tratamiento compuesto (de medicamentos y mucho amor) y que la recuperación de su salud era un hecho, fue cuando a mí me dio un ataque de ansiedad por la tensión acumulada y caí redonda (es un decir). Necesitaba reubicarme espacialmente –demasiados días sin hacer vida normal, sin salir de casa prácticamente- y recuperar mi ritmo, volver a cantar por las mañanas.

Mis “hermanas del alma” han estado ahí; también mis amigas y amigos queridos (ahora los quiero todavía más) que le han hecho escuchar música especial, que han rezado a San Francisco, le han puesto velas y regalado paté de importación rico en proteínas. A mis hijas les oculté la gravedad del asunto porque no soy yo de las que da noticias malas en la distancia ni aporta preocupaciones a la vida de los demás hasta que no están los asuntos encarrilados.

¿Qué he sentido yo durante la semana larga en que he visto a Elur apagándose por momentos y dependiendo exclusivamente de mí para recuperarse? Podría contar aquí que se me ha despertado la fibra sensible, que egoístamente no quería perder a mi perrito, que no me conformaba con que su vida escapara de mi lado de esa manera…

¿Por qué hace falta la enfermedad, la angustia y el dolor para darnos cuenta de lo que queremos a otro ser?

 ¿Qué necesidad hay de esperar a que alguien cercano esté moribundo para decirle “te quiero”?

¿Nos damos cuenta de cuánto amor se desperdicia por falta de toma de conciencia?

Sí, ya sé que un perro –que a fin de cuentas es un animal- no puede ni debe ser comparado con un ser humano; no obstante, éste ha sido mi aprendizaje. Tomar conciencia de que, imaginándome la vida sin Elur a mi lado ésta no tendría la misma dulzura que tiene ahora. Igual es que me he convertido en una sentimental con el paso de los años; igual es que he aprendido a dejarme sentir totalmente en mis propias emociones quitándome caparazones racionales que no me hacían maldita la falta.

También he pensado mucho en una persona que no me hace caso apenas cuando las cosas me van bien y estoy feliz como una lombriz, pero que cuando estoy sufriendo o me ocurre algún percance, siempre está ahí sin saber decir ni expresar su cariño más que en esos malos momentos. Nos perdemos tanta vida, nos perdemos tanto amor por no dejarnos sentir…

Como efecto colateral de esta situación que ha alterado mi día a día y removido mis entrañas, también debo aprender a gestionar el reproche que me ha surgido hacia quienes, “debiendo” haberse interesado por la salud de Elur, no han sido capaces ni tan siquiera de ofrecer una llamada de teléfono. Otro trabajo de Hércules más a acometer…

Bien está lo que bien acaba. Lección aprendida y…espero no tener que volverme a presentar a examen.

En fin.

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Sobre el autorCecilia Casado
Una mirada alternativa a la vida después de haber cumplido los 50. Con un martillo rompe-tópicos y una sibilina barrena destroza prejuicios. Desde la óptica femenina y quizás por ello más interesante para el hombre.



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