Siempre cuento del agrado que me produce acudir a pequeños comercios donde el trueque –productos por dinero- se realiza de manera personalizada añadiéndole esos minutos para comentar la vida en general o darle un ratito a la filosofía alejándose –en un acto ya casi anacrónico- de ese torbellino de prisas que arrastra a tantas personas.
En mi barrio hay varias pescaderías: las grandes y tumultuosas –donde la gente se provee de un número y espera en silencio a que le toque el turno –extraños unidos en un vacío común-, o las pequeñas de toda la vida donde entras y lo primero que recibes es una gran sonrisa –personal e intransferible- que te incita a comprar lenguados en vez de sardinas.
- Buenos días, Cecilia, ¡cuánto tiempo sin verte! ¿Qué tal las vacaciones? ¡Qué buen aspecto que tienes! ¿Y tus hijas? Le ví el otro día a la mayor, ¡qué guapa está! ¿y la pequeña, sigue pintando cuadros? ¡Anda! ¿y ese perrito tan precioso que llevas…? Cuenta, cuenta… por cierto… ¿qué te pongo?
- Hola MariSol, tú sí que tienes buen color, casi tan bueno como esos txitxarros –pónme dos de ración, abiertos en libro-, pues eso, mis hijas fenomenal, ¿y tu nieta, ha hecho ya el año? ¡seguro que está preciosa, apuesto a que le haces purés de langostinos y rape para que vaya acostumbrándose!
- Pues sí, chica, los nietos, qué locura, nos tienen locos, la verdad, que fíjate que estoy pensando en trabajar sólo por las mañanas para poder tener tiempo para disfrutar un poco más de la vida, treinta años entre pescados, yo también me quiero prejubilar como tú, ¿te pongo una rodaja de bonito que está divino?
- No, mejor dame la ventresca que eso sí que nos gusta en casa, pues ya sabes, cambias vida por dinero y eso que te llevas por delante, yo lo digo siempre, ¿cuánto valen diez años de mi vida? ¿o cinco? Si total, los sudarios no tienen bolsillos, ¡yo prefiero mil veces tener menos dinero ahora pero más tiempo para disfrutar!
- ¡Qué razón tienes! Lo que pasa es que, no sé, toda la vida trabajando, ahorrando, pensando en el día de mañana como nos educaron, por los hijos, para la vejez y luego, total, llega la crisis y todo se derrumba, ya nada es como creíamos y, como dice mi marido, ahora a quién le pedimos cuentas de esto que está pasando, si todos “se llaman andanas”, ¿te pongo perejil?.
En fin.
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LaAlquimista
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