El título de este post no lo he puesto para atraer lectores. El título es el resumen exacto de lo que sigue a continuación, una reflexión que considero muy importante a nivel personal y que ojalá que a alguien más le sirva; es por eso que la comparto.
Obviamente voy a hablar únicamente desde lo que me atañe, desde mi experiencia vital, y como soy una mujer normal y corriente, con mis peculiaridades, seguramente alguna otra mujer pueda verse reflejada. (Puntualización: si hablo en femenino es porque no sé hablar en masculino. Es decir, me cuesta mucho ponerme en el lugar de un hombre, no los conozco lo suficiente a pesar de haberlos disfrutado y/o padecido con holgura)
Cuando una mujer adulta pone fin a su matrimonio toma una decisión que marcará el resto de su vida. Si además tiene hijos y opta por hacerse responsable de su bienestar anímico y físico, se echa sobre los hombros un peso que no siempre será fácil de llevar. Lo más habitual suele ser que los siguientes años (o lustros) estén dedicados a “sacarse a sí misma adelante” y a su prole si la hubiere.
Es difícil en ese tiempo de trabajo pensar en nuevos amores. Quizás caiga algún escarceo de vez en cuando, aunque lo más usual suela ser que ni eso.
Luego pasa el tiempo; demasiado rápido a pesar de todo y un buen día esa mujer (yo misma, por no generalizar) se encuentra de bruces con el “síndrome del nido vacío” y entonces empieza a sentir que no sería mala idea encontrar una pareja y desea realmente compartir con alguien su camino.
Y comienza la búsqueda. Da lo mismo la edad que se tenga, hay un momento vital en el que vuelve a “apetecer” emparejarse. Los motivos dan igual, lo que importa es el deseo.
Hay quien pesca con caña y anzuelo y hay quien echa las redes; siempre “cae” algo (y esto es una licencia con ánimo de sonrisa). Pero el famoso “listón” está alto, demasiado alto y los pretendientes suelen tener tendencia a colarse por abajo en vez de saltarlo como sería de desear. Vuelven los amores con más o menos intensidad, con más o menos ilusión y emoción (la pasión se da por añadidura, que nadie lo dude, las hormonas creo que son como las neuronas, cuando están activas se regeneran a una velocidad cósmica), pero…no cuajan.
Obviamente, si ya has pasado por la convivencia recuerdas con mucha más claridad los momentos malos que los buenos y estos son la referencia obligada a la hora de elegir nueva pareja. Si sólo nos acordáramos de lo bueno vivido volveríamos a cometer similares errores y lo verdaderamente interesante de hacerse mayor es que se van eligiendo errores nuevos. Repetir los viejos es de gente sin imaginación…
Pero el tiempo pasa y sí, una se vuelve a enamorar las veces que haga falta, faltaría más, pero… pasan los años y… como que no. ¡Qué cansancio emocional! ¡Qué precio a pagar por la búsqueda! ¡Cuánto desencanto acumulado!
Entonces llega la voz de la vida con sus consejos para mayores de cincuenta y te va susurrando al oído su mensaje sibilino: “no vale la pena”, “mejor sola que mal acompañada”, “ahora tienes toda la libertad del mundo”, “¿para qué quieres perro que te ladre?”, “no te compliques la vida” y así, ad nauseam.
Todos esos mensajes me han entrado por un oído y me han salido por el otro, afortunadamente. Pero lo que de verdad he comprendido, al cabo de no pocos años de “búsqueda” es que ahí ha estado precisamente el error. En buscar.
A partir de ahora me voy a dedicar únicamente a “encontrar”.
En fin.
LaAlquimista
Por si alguien desea contactar:
No hay comentarios:
Publicar un comentario