Desde siempre he sido capaz de inventarme excusas –y utilizarlas adecuadamente- para darle a mi vida pinceladas de alegría aunque los tiempos fueran oscuros. Desde siempre me he dicho a mí misma que una buena manera de enseñar a mis hijas “lo que es la vida” es que la vieran con sus propios ojos, pero no únicamente haciendo un tour alrededor del propio ombligo, sino tomando distancia de lo cotidiano y siendo capaces de entender otras culturas, es decir, abriéndose al mundo.
Por eso he viajado desde siempre con ellas; todo lo que he podido (y digo “he” por aquello de la financiación evidente) que no sé si ha sido mucho o poco pero sí lo suficiente como para que mis hijas sean muy conscientes de que hay vida fuera del propio terruño, del propio país y del continente propio.
La pregunta que les hacía solía ser: “¿Qué queréis, puertas o viaje?”, en directa alusión a que había que cambiar las puertas de casa, necesidad que, año tras año, se iba posponiendo porque ellas siempre elegían “viaje”.
Hemos viajado a Africa y a Oriente Medio. Hemos conocido“por encima” (afortunadamente) la cultura musulmana de Jordania para valorar la diferencia que nos hace ser mujeres privilegiadas en una sociedad donde accedemos a libertades impensables en otras latitudes. La frontera entre Europa y Asia nos permitió “comparar” sobre todo lo que unos quieren alcanzar a costa de renunciar a parte de su propia identidad (Turquía). Nos metimos en un país que unos llaman Israel y otros Palestina intentando comprender la locura religiosa que a todos les embarga en aquellas latitudes. Hemos visitado parte del sahel senegalés comprendiendo que donde no hay agua ni electricidad puede haber felicidad incluso sin marcas de prestigio ni glamour alguno. Hemos estado en México viendo ruinas y comiendo maíz (demasiado), y, lejos de todos los turistas, con la gente del pueblo, intentando comprender esa falacia de “la conquista” por parte de quienes no fueron más que puros invasores/ depredadores.
Pero sobre todo Europa, nuestra civilización sin remedio. Italia nos llevó tiempo y dinero, Francia, tan cercana, una visión mejorada de los prejuicios que tenemos contra nuestros vecinos. Y ahora nos toca ir a Londres. Esa ciudad que se puede mitificar en cuanto a arte, vanguardias, cultura y todo lo que se considera cool hoy en día.
Serán unos pocos días, seis exactamente, pero los suficientes para que mi hija “la artista” y su acompañante (la que suscribe) disfrutemos de Demian Hirst en la Tate Modern, el British, la National Gallery y Candem Town, Portobello, Covent Garden, y The Phantom of the Opera, que me muero de ganas de volverlo a ver.
Llevar a mi hija conmigo y extasiarme a través de sus ojos abiertos, asistir a la inauguración de su bautismo londinense (que yo realicé siendo bastante mayor que ella) y, sobre todo, compartir esta nueva experiencia, es motivo más que suficiente como para gastarme los cuatro euros que pagué de IRPF más de la cuenta el ejercicio pasado y que Hacienda, en un alarde de generosidad, me ha restituido.
¿He hecho bien compartiendo en vida con mis hijas “la herencia” que de otra manera recibirían a mi fallecimiento? ¿Les he “engañado”diciéndoles que les quedarán recuerdos diferentes, vivencias compartidas, aunque luego el testamento quede vacío de dineros ahorrados a plazo fijo?. ¿No es mejor disfrutar de lo poco que haya AHORA y dejar “el día de mañana” para quien quiera preocuparse por él? En fin.
Como no puede ser de otra manera –y espero se comprenda-viajamos ligeras de equipaje (¡y cómo no volando con Ryanair!) y el laptop se queda a la orilla del mar esperando nuestro regreso. El “Carnet de voyage”llegará a su debido tiempo porque seguro que me apetecerá compartir las experiencias…
Elur no puede venir aunque tenga pasaporte. Se queda con una pareja de amigos que le acogen de mil amores porque adoran a los animales y más a un perrillo tan guapo y cariñoso como él.
Mañana jueves volaremos a media mañana y espero que me quede tiempo hasta entonces para apuntar algún consejo, sugerencia o algún truquito que me queráis chivar y que aceptaré de mil amores.
La vie est belle!
LaAlquimista
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