La temporada de playa ya ha empezado oficialmente por estos parajes mediterráneos. A partir de San Juan es como si se disparara el cohete de salida y son miles los parroquianos de las suaves y blancas arenas. Si hasta entonces podía decir, sin caer en la exageración, que “la playa es mía”, desde hace un par de semanas se ha hecho verdad el “quítate tú para ponerme yo” y para gozar de un poco de sosiego frente al mar tengo que coger el coche y desplazarme lejos de hoteles en primera línea y aparcamientos municipales.
En tan sólo cinco kilómetros vuelvo a encontrar un sitio de mi agrado, quizás un poco menos cuidado, quizás un poco menos solicitado, pero con el encanto de tener “algo más” que ofrecer que no se aprecia a primera vista. Al igual que con las personas, sé que los lugares guardan su secreto, su valor especial y único sin necesidad de hacer publicidad de él.
Son playas nuevas, robadas al mar, creadas entre rocas y pinos, agreste el entorno todavía frente a unas aguas con algas y piedras, pero que ofrecen el toque que yo necesito: la discreción y tranquilidad. Las he ido descubriendo poco a poco, dejándome envolver por su encanto, sin tener en consideración las molestias para acceder a ellas. Igual que con algunas personas.
Me gusta sentarme frente al mar, bien tapada y protegida por la sombrilla y dejar que mi vista vague por el horizonte y mi mente divague un poco más acá.
Hoy no he podido sacar fotos porque voy a hablar de unas personas concretas, así que tendré que esforzarme por adecuar mis palabras a la imaginación del lector.
He visto venir a una pareja con un niño pequeño. Han dejado las toallas en el suelo, el padre ha inflado una pequeña colchoneta después de ponerse en traje de baño y la madre ha desnudado al niño de unos tres años. Ella misma ya venía vestida para la playa con una camiseta de manga larga y pantalones tobilleros de pseudo-neopreno y gorro a juego. Le he comentado a mi hija: “mira, una nadadora profesional”y ella, sonriendo, me ha contestado: “no, ama, una musulmana…” Qué verdad es que nuestras suposiciones más básicas toman forma del acerbo cultural de cada persona. ¿Por qué he pensado lo que he pensado y no otra cosa? ¡Porque estoy condicionada a mi entorno socio-cultural, donde no he visto nunca (todavía) a una mujer musulmana en una playa occidental vestida de esta guisa. La ropa que llevaba, supongo que también es algo irremediable, de color negro.
El marido y el niño hablaban en árabe entre ellos y la madre con el niño en catalán. ¿Integración?. ¿Multicultura?. Todo eso.
Entonces se ha incorporado a mi campo visual una pareja rubia. Rondando la treintena. Caminando de la mano y embarazadísima ella. En top-less y con tanga. Toda una ofrenda al astro rey de la vida dentro de la vida. Ha habido un momento en que han coincidido ambas mujeres en mi encuadre visual. ¡Qué oportunidad de foto perdida! Aunque, obviamente, ni se me ha ocurrido echar mano a la cámara que siempre llevo a mano.
¿Qué habrán pensado la una de la otra? ¿Cuál de ellas habrá sido más dura en su juicio sobre la vestimenta (o ausencia de ella) de su congener?
Con sutileza y nada de descaro se han mirado sin reconocer en ellas ningún nexo en común. Quizás el hecho de la maternidad podría unirlas… pero no en la situación en que se han encontrado en el mismo plano.
Mi reflexión me ha llevado a darme cuenta de que una de ellas habría podido ser apedreada en el país de la otra…
En fin.
LaAlquimista
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