Y soñaba en los paseos matutinos por el borde del mar y en las andanzas vespertinas entre pinos y flores con venirme a vivir a este otro mar cuando me jubilara; con una casita compartida en alguna pequeña urbanización dejada de la mano de bares y colmados donde disfrutar de la naturaleza e invitar a los nietos a pasar los veranos. Un espacio peculiar, el espacio de la mujer, la madre, la abuela, la amante, la amiga, la compañera… un sueño a realizar a los sesenta y cinco, cuando mandaban los cánones y estipulaban los contratos.
Pero la vida nunca sale como uno se la programa, hay tantas variables que modifican el resultado final, el orden de los factores sí que altera el horario de salida de los trenes… diez años antes de lo previsto ya estoy vista para sentencia, libre de polvo y paja, mi vida no tiene escudos ni defensas para afrontar lo por venir. No tengo nietos ni marido, tan sólo a mí misma y la compañía amorosa e intermitente de mis hijas y de algunas personas que me quieren…de visita.
El otro mar sigue bañando mi soledad tantas veces exorcizada y las nubes negras que anuncian la tormenta lejana –será eléctrica, como casi siempre, exagerada (como la vida) y más aparatosa que eficaz (como la experiencia)- y como los sueños soñados y hechos realidad antes de tiempo, regalando tiempo, derrochando vida, reajustando esquemas y rompiendo paradigmas que ya no sirven para nada, volverá mañana por la mañana a mojar mis pies y a recordarme que el privilegio de estar viva es todo lo que tengo. Y lo mejor, sin duda alguna.
Ha cesado el viento. La luna se ha enfadado conmigo por ser tan tonta y se ha ocultado detrás de unas enormes nubes negras. Me lo merezco.
En fin.
LaAlquimista
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