La pequeña herramienta no tiene misterios para mí. Destornilladores, llaves ajustables, Allen o de las otras; brocas, alcayatas, puntas, tornillos, arandelas (Grower o de las otras). Y sobre todo el martillo; pues toda esta parafernalia “masculina” donde las haya a mí me encanta. Supongo que heredé de mi padre el gusto por “salsear” y, cuando el lavabo dice que no, que ya no da más de sí, agarro lo que haga falta y me pongo a ello.
Pero con los imprevistos no tengo nada que hacer. Imprevisto es que lo desmonte y luego no pueda volver a encajar el enganche del codo porque no tengo más que dos manos y están más acostumbradas a acariciar que a aporrear.
Así que, en contra de mis principios en defensa de los gremios, en vez de llamar al linternero de turno, llamo al amigo manitas que va a venir enseguida y encima contento de poder hacerme una “chapucilla”.
Como en las películas, oyes, divertidísimo. Llega el buen hombre, me da un abracito de compromiso, que qué tal estás y todo eso y me lo miro de soslayo, -vaya éste ha adelgazado, está mucho más… eso. Y él que qué bien te sienta el reflejo del sol de la tarde en los ojos…y se mete en harina con la pistola (de silicona) que las juntas tóricas están ya para pocos trotes.
Ahí estamos ambos dos, en el cuarto de baño, él sumergido en las profundidades oscuras de debajo del lavabo y yo sentada encima de la tapa del uvecé, qué poco glamour, por dios, dándole palique mientras observo su trasero moviéndose y buscando la postura adecuada para terminar el ensamblaje.
Acaba pronto, demasiado pronto y, total ya, “ya que estás aquí”, pues lo mismo me miras el lavabo del baño del pasillo que parece que pierde un poco… y él encantado, faltaría más, ya sabes para eso estamos los amigos y vaya que si estás guapa, oye, tiempo que no te veía, ¿cuánto, casi un mes, no? y mientras hablaba yo ya me lo veía venir, claro está, si es que los hombres son previsibles y transparentes…
Así que compruebo mis provisiones de limones y tónica (ginebra nunca falta) porque algo le tendré que ofrecer al muchacho y ya cuando acaba, emerge de las profundidades acuosas en todo su esplendor (estaría yo pensando en Boticelli, digo) y le ofrezco –con mi mejor sonrisa- una copa, un té, un vaso de agua, vamos, lo que quieras, se me azora, tartamudea un poco, no sabe a qué atenerse, seguro que le da miedo a meter la pata (los hombres, siempre con sus miedos) y entonces viene Elur a arreglar la cosa, y le caracolea alrededor, haciendo que se relaje y se sienta un poco más distendido.
La tarde ha seguido su camino sin reparar en nosotros y el sol parece que calienta un poco más que antes. No hay nada mejor que improvisar el deseo y dejar que fluya sin cortapisas. No hay nada mejor que permitir que una emoción positiva nos alegre el día, la tarde, la noche. No hay nada mejor que seguir soñando a partir de los cincuenta, vamos, a cualquier edad nos viene bien una “chapuza a domicilio”.
¡Menos mal que no llamé a un fontanero de verdad!
En fin.
LaAlquimista
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