domingo, 7 de septiembre de 2014

La ley de las compensaciones




Todo en esta vida no se puede tener –de hecho, ni siquiera la mitad-, así que hay que estar muy atento a cuáles son los dones que nos han sido ofrecidos, la “buena suerte” con que hemos sido agraciados, para compensar con la cruz que todo hijo de vecino carga a cuestas.

Suele ocurrir que quien ha sido favorecido con un C.I. digno de mención arrastra alguna deficiencia física insalvable, tipo Stepehn Hawking. O quien disfruta de una belleza externa magnífica, adolece de los mínimos necesarios exigidos para comprender el Teorema de Pitágoras (aquí no pongo ejemplos por no crearme enemigos).

Pero entre la gente común y corriente no hace falta llegar a extremo alguno; quien más, quien menos, cuenta en su haber con suficientes bonuspara compensar sus malus. Así vemos al “triunfador” que gana mucho dinero, se casó con la más guapa del pueblo, sus hijos montan a caballo y esquían, cambia de coche cada dos años, tiene casa en el campo y apartamento en la playa, pero la naturaleza le ha dado “a cambio” una malísima salud. O al profesional independiente que pisa fuerte, tiene ideas y carácter, crea opinión cuando habla, se relaciona con los demás sin esfuerzo aparente, pero en su intimidad se le ríen a la cara.

Quizás la vida ponga en bandeja extraordinarias oportunidades a quien las puede aprovechar y, a cambio, le niega el bálsamo del amor, el consuelo de sentirse querido. O toque nacer en un clan unido y amoroso, pero los impulsos cerebrales vayan cada uno por su camino y se acabe siendo carne de psiquiátrico.

Cada acción que llevamos a cabo, cada decisión que tomamos, nos da o nos quita algo… a largo plazo. Y cuando más confiados estamos de nuestra abundancia –espiritual, intelectual, material- la mariposa mueve sus alas en Brasil y el tsunami se origina en el otro lado del mundo… o en nuestro pequeño mundo. Y nadie sabe el porqué aunque Edward Lorenz lo explicó muy bien en su Teoría del Caos.

Siento en lo más profundo el convencimiento de que las mejores bondades que me han acaecido han sido para “compensar” el sufrimiento y el dolor que también he tenido que padecer. Hago chistes con mi currículum y digo que la suerte que no tuve con mis maridos la tuve con mis hijas. O que los sobresalientes que me quitaron por mal comportamiento en la Universidad, me los devolvieron con un buen sueldo durante mi vida laboral. Compensaciones.

Durante la primera mitad de mi vida (suponiendo que llegue a los ochenta, que ya es mucho decir) sufrí abandono afectivo y maltrato psicológico, también físico en alguna ocasión. Pero luego el equilibrio se estableció milagrosamente y toda la energía a mi alrededor se convirtió en positiva, benéfica, amorosa. Mi “paso del ecuador” vital fue traumático en muchos aspectos: salud, divorcio, muerte del padre. Y aquella balanza desequilibrada que era mi vida, empezó –empecé- a levantarla de a poquitos consiguiendo que el fiel de la misma marcara un equilibrio casi siempre estabilizado.

La última de las compensaciones que me ha dado la vida ha sido muy curiosa: soñaba con disfrutar del mar y del sol cuando llegara a la edad de la jubilación o cerca de los sesenta y cinco. Pero la crisis económica me dejó sin trabajo a los cincuenta y cinco, es decir, me ha regalado “diez años” de vida intensa y fructífera. A cambio, como no podía ser de otra manera, una queratosis actínica me impide exponerme al sol el resto del tiempo que me quede de vida.

Pura Ley de las Compensaciones. Es bueno ser consciente de todo cuanto tenemos, de todo cuanto disfrutamos…

En fin.

LaAlquimista

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