Despierto en la mañana con el golpeteo de las contraventanas contra el muro; hace un viento endiablado que parece que quiere quitarle a la casa el tejado para airear lo que hay dentro. Mientras preparo el desayuno me imagino que la playa -a la que voy cada día a la hora en que antes fichaba para comenzar mi jornada de trabajo- estará revuelta de arena que dificultará en gran medida el largo paseo que me reubica en el mundo. Visualizo en mi mente los pequeños torbellinos de polvillo fino y dorado arremolinándose junto a mis pies y manchando toalla y enseres. Si el viento es tan fuerte supongo que la mar estará agitada, con olas que nada me agradan en el momento de la zambullida en el mar ya que no soy buena nadadora y me siento insegura si la calma no es imperante.
Así que decido –a regañadientes- poner en práctica el plan “b”, que consiste en atuendo andarín, gorra y pinganillo y a darle a la zapatilla media docena de kilómetros antes de empezar con otra cosa. Mientras me visto, noto cómo mi ánimo va ensombreciéndose y casi, casi poniéndome de mal humor. Me gusta mi rutina marítima y mañanera, me fastidia que los elementos (esta vez el aire) manejen esta feliz libertad en la que me hallo inmersa.
Mientras me ajusto el podómetro –soy chica disciplinada- constato, esta vez sin ninguna duda- que voy a salir de casa con la sensación de que se me ha fastidiado el día, tanto era el gusto y la necesidad de darme el baño diario, matutino, fresco y vivificante.
Aun y todo me dirijo caminando hacia la playa pensando en sacarle rendimiento a lo que la vida (y la naturaleza en este caso) pueda ofrecerme. En menos de cinco minutos me doy cuenta de lo estúpida que he sido esta mañana: la mar está calmada y una ligera brisa mece los árboles que bordean el paseo.
Doy media vuelta y vuelvo a casa mascullando nada amigables conceptos acerca de la maldita capacidad que tenemos los humanos para hacer suposiciones y darlas por sentado –como hechos irrefutables- a partir de datos básicos que nada tienen de fiables.
En mi casa hacía viento, en la playa, no. El resto, una película que me he montado yo solita.
Afortunadamente, tengo más que activa la capacidad de rectificar a tiempo; dos zapatazos y ya estoy de nuevo en la playa, con los pies bien metidos en el agua, contando granos dorados de arena en dirección hacia donde sale el sol. Lo terrible es si esa suposición negativa que he hecho hubiera afectado a otra persona o –lo que es peor- a mi relación con ella. A ver si este viaje me aprendo bien la lección de que no hay que dar nada por supuesto…
En fin
Laalquimista
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