domingo, 28 de septiembre de 2014

Sugerencias para combatir la soledad




Nótese que digo “sugerencias” y no “consejos”, no vaya a interpretarse este post como que tengo soluciones para este mal endémico. Como siempre, hablaré de lo que conozco, insistiendo en que mi conocimiento es empírico al cien por cien y, por individual, sujeto a las peculiaridades de mi personalidad femenina. Es decir, que lo que es bueno para uno no necesariamente es bueno para todos.

La soledad; terrible caballo de batalla para quienes nos hemos escorado –voluntaria o forzadamente- hacia una especie de existencialismo que, paradójicamente, no nos deja “existir” en paz. La soledad; hidra de nueve cabezas que, cercenadas una a una, vuelven a reproducirse como en la peor pesadilla del guionista de Alien.

Para no enredarme en mis propias reflexiones –ni arrastrar a nadie conmigo- debo separar las soledades en dos grupos. Las soledades físicas y las soledades anímicas. Es decir, lo externo y lo interno.


Me voy a permitir hablar de la soledad en la mujer. Porque soy mujer y de la psicología de la mujer entiendo y porque sé que estamos muchas, demasiadas mujeres en el filo de la navaja de esta “enfermedad” social. Como mujer divorciada, como mujer que vive sola, como mujer que participa del mundo y de la vida desde la no pertenencia a un grupo cerrado, deseo explicar mi propia experiencia por si, compartiéndola, sirve de ayuda a alguna de mis hermanas.

La soledad física duele cuando se pierde el contacto con el grupo. No así cuando nunca se ha tenido conciencia de pertenencia a un grupo. Es decir, si hemos dependido de un grupo exterior (familia, pareja, amigos, trabajo) para establecer el equilibrio interior y se produce una fractura en ese grupo acusaremos profundamente el desequilibrio, produciéndose dolor, ruptura, malestar, desasosiego.

Es la soledad “social” por excelencia, a la que estamos abocadas las mujeres en nuestra mayoría concretamente cuando se produce una separación o divorcio con la pareja.

Independientemente de la educación que hayamos recibido, de cuánto nos hayan minado la autoestima en los últimos treinta años o del dolor que acumulemos, nada importa excepto el AQUÍ y el AHORA. Es decir, un continuo “borrón y cuenta nueva” que puede aplicarse cada día al filo del amanecer. ¿Qué quiero decir exactamente? Que tenemos que vaciar el frigorífico de comida caducada, limpiarlo y empezar a comprar únicamente los alimentos que nos da gusto ingerir, los que comemos nosotras y justo en la cantidad que deseamos. El símil del frigorífico es muy bueno, porque nos pone delante la vida que hemos llevado pensando en el menú delos demás, comprando para los demás, cocinando para el grupo. Y, como no podía ser de otra manera, en la mayoría de las ocasiones, olvidándonos de nosotras mismas. Ahí está la madre del cordero.

Y cuando nos quedamos solas, echamos en falta la dependencia anterior, un síndrome de Estocolmo a pequeña escala que nosotras mismas propiciamos. Por eso duele esa soledad del “frigorífico vacío”, porque vivíamos con el chip equivocado.

¿Miedo de abrir la puerta y que nadie nos salude con una sonrisa o un abrazo? ¿Angustia de que llegue la noche y los ruidos del piso atenacen el corazón? ¿Pena de ver una película sin compartir las palomitas? Pamplinas.

Gozo de entrar en casa y saber que es el reino de la paz y la tranquilidad. Placer nocturno de escuchar nuestra propia música armoniosa. Disfrute de “manejar el mando” a nuestra voluntad sin tener que oler a palomitas. Pensamiento positivo.

Si queremos ser no-dependientes, hemos de empezar por las pequeñas cosas cotidianas. Un hombre, una pareja, es un “plus”, no una necesidad vital. Un “plus” elegido libremente, no una rémora que nos impida desarrollarnos. El precio de la libertad –dicen- que es la soledad, como si estar solas fuera algo malo, cuando es el único estadio en que la LIBERTAD es dueña y señora del espacio vital.

Pero otra cosa es la soledad interior, anímica, psicológica, vital. Esa terrible soledad que se siente aun estando rodeada de personas, aun compartiendo cama, mesa y mantel. Aun viviendo con la pareja, con la familia, con los hijos, aun teniendo amigos. La soledad interior tan sólo se arregla con reflexión profunda, llegando al silencio íntimo que rodea nuestra esencia. Trabajo a realizar privadamente, para lo que hace falta mucha fuerza, o con ayuda externa. Abogo por las terapias psicológicas, pero también sirven las creencias que cada una tenga, incluso si son religiosas, el valor de la fe –de cualquier fe- mueve montañas, ya lo sabemos; basta con creer. Personalmente, creo profundamente en MÍ MISMA, en mis posibilidades, apuesto por MÍ, a caballo ganador de la carrera hacia el encuentro con mi propia esencia cuyo premio no es recibir ninguna medalla sino otorgarme a mí misma la final categoría de persona-humana libre, en paz y sin miedos.

A todas las mujeres que tenéis miedo a quedaros solas, miradnos como ejemplo a las que hemos sabido salir adelante y ser moderadamente felices; a todas las mujeres que estáis solas y sufrís por ello, pensad que si las que estamos solas y tranquilas hemos podido… ¡vosotras también!.

Quizás para ello haga falta tener muchos años a la espalda, haber aprendido a amar y a sufrir. Y ahora tan solo queda, ¡VIVIR!.

LaAlquimista

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