Al otro lado de ese cristal que parece limitarlo todo está la vida. Quizás creamos que no son más que árboles mecidos por el viento o una calle con gente que se afana, pero es mucho más y no siempre sabemos verlo.
Al otro lado del cristal, lejos de nuestras manos, hay una vida que nos pertenece aunque nos hayan dicho que ya no es nuestra, que nunca más lo será. Nos han mostrado una realidad constreñida a las cuatro paredes de nuestra casa, a las calles del pueblo o a la avenida de la ciudad, trazando una frontera invisible pero que se torna real conforme nos acercamos a ella. Frases lapidarias, dogmas de fe en los que jamás podremos creer porque no surgen del corazón propio sino de la mente ajena. “Hay que conocer las propias limitaciones” –dicen- y así sabemos cuál es nuestro lugar y nos quedamos, cariacontecidos, en él. “Manos arriba, esto es una crisis”, repiten, mientras escuchamos cómo una llave en nuestro corazón hace una doble pirueta. Vallas, cercados, límites, fronteras.
Ahí afuera está la vida y desde la ventana de nuestro afán la vemos cada día. La vemos y puede que pensemos que no es la nuestra, que es la que corresponde a otras personas, que no somos merecedores de ella. Una vida con mayúsculas, plena, feliz. Pero es la misma vida que conocimos de pequeños, cuando todavía creíamos que podríamos conseguirla, una vida que había que luchar para acercarse a ella, la vida que nuestros padres pusieron a nuestros pies…como un regalo amoroso, ahora es un fangal que no podemos reconocer.
Porque nos han ametrallado el alma con palabras oscuras y desprovistas de sentido; porque es peor todavía que si el fin del mundo fuera de verdad a ocurrir un día de estos. De hecho, ya ha llegado “el fin” de tantas cosas… Pájaros agoreros con corbata nos han hecho saber que ya no tenemos derecho a vivir. O menos derecho que antes. Como aquella terrible voz de Orson Welles anunciando la invasión que todos dieron por cierta, los mensajeros de malas noticias exageradas e inventadas no son puestos en la picota sino reverenciados gracias al miedo que infunden y la congoja que extienden. Al servicio del poder supremo –que ya no es divino sino bancario- han dejado caer la lluvia negra de la crisis sobre la vida que teníamos por vivir y nos están intentando convencer de que ya nada es ni será lo mismo, que no hay futuro, que ni siquiera queda un presente para ser felices.
Y es mentira. Mentira podrida. Quizás ellos quieran que sea de esa manera para que dejemos caer las últimas ilusiones, las penúltimas fuerzas. Nos han informado de que, sin dinero suficiente, ya no somos más personas-humanas dignas de ser felices. Y todos se lo han creído. O casi todos.
Pero yo sé que al otro lado de la ventana está la vida. Y si no la puedo abrir, la romperé.
En fin.
LaAlquimista
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Foto: A.Arruti.
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