jueves, 25 de septiembre de 2014

Un perro no debería sustituir a un ser humano



Ya conté en su día –y lo repito ahora- que tengo un bichón maltés precioso heredado. Es decir, que era de mi madre y cuando ella ya no lo pudo atender me lo “endilgó” por las buenas y viendo la situación de emergencia accedí a quedarme con él transitoriamente hasta hallarle un acomodo más efectivo ya que por mis circunstancias personales no me consideraba la persona más adecuada para ocuparme de Elur, que entonces tenía cuatro años de macho vivaz y juguetón.

Han pasado casi tres años y Elur sigue conmigo. ¿Por qué? Pues porque es un ser vivo que merece mi respeto, porque en su día me responsabilicé de su VIDA y porque la alternativa a no tenerlo es mandarlo sacrificar. Nadie lo quiere ahora que está enfermo, faltaría más.

Pero rebobinemos.

Tener un perro –comprarse o regalarse un animal de compañía- no debería ser jamás un capricho (ni de niño ni persona mayor). Es un SER VIVO que tiene derecho a ser cuidado, respetado, atendido…no únicamente tratado como un juguete y, como niños caprichosos, cuando ha dejado de ser novedad, arrinconado sin más atención que bajarlo dos veces al día a la calle durante quince minutos y el resto del tiempo que esté encerrado en un piso, en una esquina de la cocina o del baño, como mucho en el balcón para que le dé el aire.

Nada he sabido durante toda mi vida del cuidado y atención de los perros domésticos porque jamás en casa hubo un perro. Resulta bastante lógico pues, que con más de cincuenta años y cuando recibí “el regalo no solicitado” no supiera muy bien qué hacer con él. Así que me dediqué a seguir los consejos de quienes eran propietarios de un perro y sabían más que yo.

Lo primero que me llamó la atención es lo que considero un tópico: “El perro te da mucho cariño y te hace mucha compañía”. ¿Cómo es esto posible? –pensaba yo intrigada, porque a mí, de siempre, el cariño y la compañía me la han dado las personas…Posteriormente he descubierto que hay personas que ADORAN a los perros y, obviamente, ésas son las que tienen más motivos para hablar de esa manera. Supongo que es algo que tiene que venir con el “uso y la costumbre” de quienes han compartido su espacio con perros desde siempre, en ambiente rural o en la ciudad, pero que consideran por pleno derecho al perro como el mejor amigo del hombre.

Pero también he conocido a muchísimas personas que aman a los perros porque éstos SUPLEN la presencia de seres humanos. Personas mayores que viven solas y que no tienen con quién hablar, hablan con el perro. Personas solitarias que no comparten afectos con nadie más se involucran en una relación de cariño profunda con el perro.

Y también muchas parejas que no tienen hijos y se compran un perro. O hasta las que ya no se hablan y se“alivian” sintiendo que, al volver a casa, el único que se alegra de su vuelta y les recibe alegremente, no es el cónyuge o los hijos, sino el perro. Terrible. Patético.

Es decir, de alguna manera, sustituyen el contacto del ser humano por el del perro. Algunos lo harán porque“a la fuerza ahorcan”, porque no tienen con quién vivir, por soltería, viudedad o elección de soledad. Otros, porque consideran la presencia de un animal en sus vidas como un “plus”, un regalo, una forma más de expresar y compartir el cariño hacia los demás. Entre los primeros y los últimos hay un gran abismo. Unos basan su relación con el perro en el egoismo –lo que obtienen de él- y otros la centran en la generosidad –lo que dan y comparten con el perro.

Hay una gran diferencia entre unos y otros. Con un perro se pueden crear VÍNCULOS fortísimos que llevarán a la persona a querer a su perro tanto o más que a sus seres circundantes, aunque siempre me ha parecido exagerado cuando alguien manifiesta que PREFIERE la compañía de un perro a la de una persona.

Pero encuentro dolorosamente patético mantener una relación afectiva con un perro única y exclusivamente para paliar la soledad o la ausencia de otros afectos.

La compañía la entiendo como una manera de compartir la vida: hablando, sintiendo, curioseando con los demás. No quiero hablarle a mi perrillo como si fuera el único ser vivo que me quiere en este mundo. No quiero quedarme en casa en su compañía en vez de estar con otros de mi género. Que es el humano.

Y Elur lleva seis meses enfermo y medicado, con una meningoencefalitis que ha estado a punto de dejarlo fuera de combate en varias ocasiones. Me negué en su día a escuchar las voces que me aconsejaron sacrificarlo y ahí sigue, a mis pies, feliz y tranquilo escuchando el teclear de mis dedos porque ha respondido muy bien al tratamiento de cortisona y antibióticos y no ha perdido ni un ápice de calidad de vida. Sigue trotando, royendo huesos y ladrando de alegría cada vez que vienen a casa mis amigos. Viaja conmigo, -cuando es posible-, me lo llevo de paseo, al monte a corretear, al parque a echar la siesta a la sombra, a la biblioteca y a todas las tiendas del barrio a esperarme a la puerta.

Pero la compañía que yo quiero es la de mis congéneres. El cariño que necesito es el de los seres humanos. Nunca me resignaría a tener únicamente por compañía a un perro ni a recibir tan sólo su cariño.

Elur, mi pobre perrillo enfermo, tan sólo me tiene a mí en la vida.

Y no voy a fallarle.

En fin.

LaAlquimista

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