sábado, 13 de septiembre de 2014

Reflexiones a la orilla del mar. "Lo poco que cuesta ser simpático


 


Hoy he tenido que ir a primera hora de la mañana al super más cercano. Me he despertado con ansia de comer melón y he caminado casi veinte minutos para proveerme de mi desayuno favorito.

Provista ya de mi melón –con muchas rayitas circulares en los bordes, señal de madurez interior (lástima que las arrugas en las personas no sean signo de “dulzura”)- me acerco a la caja seguida de un señor que portaba un cestillo con dos bolsas de fruta. El buen hombre, para ayudar, ha sacado la fruta y depositado el cestillo en el montón, a medio metro de la cola en sí, y ése ha sido el momento elegido por una mujer de mediana edad que estaba inmediatamente detrás, para depositar sus productos en la cinta de caja.

El hombre, muy educadamente, le ha dicho, blandiendo una enorme sonrisa: -“disculpe, pero estoy yo antes…”. La mujer, al darse cuenta de tal hecho, ha fruncido el morro (cuando una persona se pone con gesto agrio deja de tener boca para pasar a tener morro) y con voz glacial le ha contestado: -“Pues pase usted si usted está primero”.

El hombre, sonriendo todavía e intentando ser conciliador, le ha dicho que en realidad daba lo mismo, que pasara ella primero. A lo que la ciudadana, levantando la voz a la vez que retiraba bruscamente sus productos de la cinta, le ha espetado: -“¡que pase usted, que yo no tengo ningún interés en colarme de nadie”!

Yo les he mirado a ambos: el hombre, un poco abochornado, seguía sonriendo; ella, con cara de pocos amigos, seguía con la mirada dura, el morro torcido y emanando energía negativa por todos los poros de su piel.

Al salir, me he despedido con mi habitual:-”Que tengáis un buen día”, correspondido por la cajera y el cliente. La esfinge, en lo suyo, ni mú.

Luego me ha dado por pensar que si a las ocho y media de la mañana ya estás de mal humor, te puede esperar por delante todo un rosario de dificultades, malos entendidos, inconvenientes y hasta percances. Porque es evidente que la actitud influye tantísimo en el resultado de nuestros actos…Esa mujer podría haberle sonreído al hombre del supermercado, ninguno de los dos llevaba alianza, los dos de parecida edad, altos, con aspecto de salud, quién sabe si la situación no estaba creada para que ellos se encontraran y la aprovecharan, quién sabe…

¿Dónde conocer a cualquiera de las muchas almas gemelas que nos corresponden en esta vida? ¿En una página de contactos o en la cola del súper?

No se me quitaba de la mente la cara de pocos amigos de aquella mujer aunque ya habían pasado varias horas desde el incidente. Pensando, una y otra vez, en los tiempos en que me permitía estar de mal humor al empezar el día, arrastrando decepciones o sinsabores de la cama al despacho, asustando–quizás- a cuanto personal se cruzaba conmigo en el ascensor, un semáforo, el reloj de fichar… transmitiendo mi antipatía incluso por teléfono…

Quiero ahora pensar que fueron tiempos pasados, que he cambiado para mejor. Me observaré para cuando me levante de mal humor…

Estaba yo en lo mío, a la orilla del mar, en una de las lejanas playas de Poniente, pensando en cómo somos los humanos…antipáticos sin necesidad alguna, insolidarios simplemente por inconsciencia, maleducados aunque sepamos que lo estamos haciendo mal.

Vi entonces acercarse a un paseante que pisaba la arena a paso ligero; su silueta me era familiar aunque tardé unos segundos en ubicarla en mi mente. Al acercarse, sonrisa en ristre, detuvo su carrerilla, hizo sombra con la mano sobre sus ojos, me miró y me dijo:

-“¡Qué casualidad, nos volvemos a encontrar! ¿Estaba rico el melón…?”

Y es que…

En fin.

LaAlquimista

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