martes, 23 de septiembre de 2014

Las desventajas de vivir en el Norte



Son las cinco de la mañana y Elur me despierta aporreando mi puerta con sus patas delanteras. O quizás haya sido la lluvia torrencial golpeando con furia la ventana junto a la que se sitúa mi cama. El caso es que, una vez despierta de forma tan abrupta, es poco probable que me vuelva a dormir.

Me acerco entonces a la cocina y contemplo la ciudad desde la atalaya del decimoséptimo mientras hierve el agua para el primer té del día. Llueve con furia, como cuando se quiere lavar una suciedad incrustada, con rabia incluso, como se castiga al joven rebelde que saca de sus casillas a quien lo tiene que contener.

Apenas se vislumbran luces en las viviendas; la gente intenta aferrarse a las últimas horas de descanso antes de volver a su rutina gris, triste, lluviosa y con el horizonte forrado de nubes. Los habrá felices, quiero pensar que sigue habiendo gente feliz tras esas persianas cerradas.

¿Cómo sobreviven las ilusiones si el calendario se ha saltado la primavera y casi el verano?

Los jubilados que viven de a dos ya están haciendo las maletas para perpetrar el éxodo anual a tierras más acogedoras. Eso si no llevan ausentes de este “marco incomparable” desde los idus de Marzo. Los jubilados que se han quedado solos siguen esperando.

Los que ven el vaso medio lleno y disponen de dinero en sus arcas para invertir en propaganda y mostrar al mundo las maravillas sin par de esta ciudad nuestra, ensoberbecida y arrogante, llenan las calles de un optimismo fatuo (si se enfrenta a la realidad) como si esto fuera una feria–pasada por agua, pero feria. Los que ven el vaso medio vacío fustigan al personal con ruido demagógico y se atreven a convocar una huelga general para justificar los salarios que todavía siguen recibiendo de las arcas patronales y/o sindicales.

Pero no por eso deja de llover.

¿Nos basta con vivir en una ciudad hermosa por don y gracia de la madre Naturaleza? Como la anciana en su lecho de muerte que sigue exigiendo que le peinen y acicalen porque en otro tiempo fue bella, así seguimos girando alrededor de nuestro ombligo contando que somos un 0,2% menos pobres que nuestros vecinos o que “la marca” Donostia-San Sebastián ha sido mencionada en la página quinta de un diario neoyorkino –de los muchísimos que hay. O que los pintxos aquí, como en ninguna parte…..

Sí, ya sé que es libre opción la mía la de permanecer empadronada en la ciudad que me vio nacer y que nadie me impide marcharme a otras tierras donde la realidad se asuma tal y como es y no adornada con guirnaldas de papel bajo la lluvia impenitente. Porque ya son ganas, con la que está cayendo, de organizar eventos al aire libre…y sin toldo para luego tener que anularlos por causa de la meteorología adversa. Y esta frase es ambigua y debe tomarse en sus dos sentidos; que los tiene.

Porque va a seguir lloviendo; y mucho. Pero aquí los escaparates siguen llenándose de vestidos floreados, les están quitando el polvo a los toldos de la playa para cumplir con fechas y contratos y las Clarisas tienen que estar más que hartas de que la gente se crea que, por llevarles huevos, va a dejar de llover.

Estos somos nosotros, los ciudadanos del “marco incomparable”, de espaldas a una realidad que asola el país, soñando con que nuestro equipo de fútbol quede cuarto en vez de quinto y con la boca llena de subvenciones para esa capitalidad europea de la cultura que, desde luego, no va a conmover a los dioses…para que dejen de arrojarnos furiosamente el agua que les sobra. Mientras tanto, los jerifaltes de la cosa Hidrográfica proclaman orgullosos que los pantanos están a un muy buen nivel; vamos que moriremos inundados pero no hundidos.

Felices los que duermen ajenos a truenos y chaparrones. O son sordos o son los elegidos. En cualquier caso, hoy saldremos todos a la calle con el “label del marco incomparable”. Casi nada.

En fin.

LaAlquimista

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