viernes, 24 de octubre de 2014

La vida encharcada


 
El pasado fin de semana llovió tanto que se nos desbordaron los ríos y barrios y pueblos que quedan a la vera de los mismos padecieron la avalancha de agua y quedaron anegados. O inundados. E incluso muchos, hundidos. Hundidos en la miseria, se entiende. Yo no soy de ver la tele, pero leo la prensa por Internet y me entero. También hablo con la gente en los comercios, con los vecinos en el ascensor (diecisiete pisos dan para mucha filosofía) y me entero de casi todo. El tema del lunes, obviamente, fue los destrozos padecidos en nuestra provincia por culpa de un temporal de agua y viento.

Quien conocía a alguien afectado contaba de primera mano las angustias y los malos ratos padecidos –como quien cuenta una anécdota entretenida; quien tenía algún familiar sufridor ponía énfasis especial en la crudeza del mal rato y las consecuencias. Y a quien le había tocado en su propia carne se desesperaba a la espera de soluciones ajenas, como si la culpa de la ciclogénesis fuera de alguien…

Uno contaba que a su hermana se les había inundado el trastero y que sólo pudieron sacar a tiempo dos bicicletas y un horno microondas ¿?. Otro se explayaba en la angustia padecida viendo cómo el nivel del agua subía sobrepasando los neumáticos de su coche, la matrícula de su coche y acercándose al motor de su coche…

Todos cuentan su participación –son protagonistas por un día aunque sea por una desgracia- y acaparan la atención de quien quiera –y de quien no quiera también- escucharles.

Supongo que también habrá los que estén agradecidos y contentos de que el agua no se haya llevado a ningún ser querido –como ha ocurrido en Irún-, supongo que alguien también hará la reflexión oportuna de que la vida vale más que el coche, más que lo material… de que lo importante es poder contarlo aunque sea una auténtica desgracia tener que esperar a que los seguros empiecen a devolver lo que se les ha pagado. (Alguien había con su vivienda sin asegurar –ya se sabe, por ahorrar unos pocos dineros y con mucha inconsciencia; supongo que ahí está la responsabilidad de la consecuencia de los actos propios)

La vida se ha quedado encharcada durante unas horas, pero la marea baja y seguimos vivos para achicar el agua. Que todas las desgracias sean así y que no haya que lamentar pérdidas humanas. Si esto pasa en Tailandia –que pasa- los muertos se cuentan por docenas porque la gente no tiene viviendas en las que refugiarse a la espera de que deje de llover. Incluso para las desgracias, vivimos en una sociedad con un alto caché.

Sin embargo, parece que sí tenemos –nosotros también- ciudadanos de segunda e incluso de tercera categoría. Parece, a la vista de las quejas y protestas, que algunos conciudadanos afectados no están siendo atendidos convenientemente por quien tiene como obligación hacerlo. Parece, sólo lo parece, que si hubieran vivido en Miraconcha –es un decir- no estarían padeciendo las secuelas del desbordamiento del Urumea con una más que indecente falta de atención por parte “de quien corresponde”.

Que no se diga que nuestros convecinos no tienen los mismos derechos que nosotros, que seguro que ellos también pagan sus impuestos igual que todos. Lo raro es que no haya ido ningún autobús de campaña electoral a hacerse una foto ayudando a quitar el barro…

En fin.
LaAlquimista
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/
Foto: Inundaciones en Txomin-Enea en el año 1785

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