sábado, 11 de octubre de 2014

Los tebeos de mi infancia


 
En el libro que estoy disfrutando ahora aparece un perro que se llama “Treski”, ¡como el de la familia Ulises del TBO…! El fantástico tebeo que, todos los domingos, compraba mi padre para, primero él y luego yo, disfrutarlo como dos enanos conchabados. Aquel primer cómic de mi infancia dotaba a la imaginación de los autores de la pátina de verosimilitud mínima para que, en mi mente, todo fuera posible. Como reales eran “Los inventos del profesor Franz de Copenhague” que yo seguía paso a paso, como en una cinta de Moebius a mi medida para saber dónde estaba el principio y el final de la maravilla.

“Carpanta” soñaba con un pollo y a mí me parecía que éramos ricos porque cada domingo teníamos ese manjar en la mesa. Y había un monstruo llamado don Pantuflo y su esposa Doña Patro, y Petra criada para todo y a la que yo comparaba con la que teníamos en casa y pensaba “qué buenos que somos nosotros que a la “nuestra” no la tratamos así de mal…” O será que esos eran los padres de Zipi y Zape que me parecían repulsivos –como todos los chicos en una familia donde no había más que mujeres, muchas mujeres.

Y mi padre se compraba el TBO y mi madre me compraba un engendro llamado “Pumby” que era para niñas oligofrénicas o en proceso de serlo. Pero a mí el que me ponía de verdad era el Capitán Trueno. Cada tebeo –comprado a escondidas con las míseras pesetas que me daban de paga los domingos- se abría por el final, buscando el beso que recibía –castamente- la reina Sigrid… Con ese machote de pelo en pecho estuve soñando hasta … que ¡apareció Supermán en el cine!

El Jabato era como de segunda división; y las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín una chuminada que no había quien la entendiera, siempre con sus consignas sibilinas de quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos. “Hazañas bélicas” también tenía su punto, con el Sargento Metralla o algo así, cómo me falla la memoria, mecachis, y lo buenos que eran todos destripando “amarillos” a troche y moche…

Luego vino el “Tiovivo” y el “DDT” , el “Mortadelo” y ya pasé directamente a Emilio Salgari y Julio Verne, al “Salut les copains” –que mi madre amputaba de hojas con publicidad salida de tono (la que hubiera para chicas de quince años, el tampax o así) y a una revistilla de música para teenagers que no me acuerdo cómo se llamaba pero que la leíamos todas babeando porque salían chicos guapos.

Los “cuentos de hadas” estaban estrictamente prohibidos en mi casa; cuatro hijas tuvo mi madre y no quiso que ninguna jugara a princesitas. El “Tintín” francés tampoco nos lo compraban, a saber qué prejuicios tenían en su contra, pero me dejaban leer a Somerset Maugham aunque me fue vetado “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”; qué misteriosos conceptos albergaban las mentes de mis padres… igual es que supieron de la presunta pederastia de L.Carroll…

¿Por qué leía mi padre el TBO además de sus clásicos alemanes, americanos y franceses? Cuando se lo preguntaba, siempre sonreía y me respondía lo mismo: “para evadirme, hija mía, para evadirme”.

En fin.

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50

LaAlquimista
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