jueves, 23 de octubre de 2014

Yo mudo la piel en otoño


Me suele ocurrir todos los años por estas fechas sin que yo lo propicie ni haga nada por evitarlo. De repente, una mañana cualquiera, me despierto al filo de mi propio amanecer y, en vez de ganas de desayunar, siento la necesidad imperiosa de darme un baño muy caliente. No una ducha vivificante, sino un baño de esos largos y relajantes, impropios de hora tan temprana. Pero yo me conozco y sé lo que viene a continuación, así que me dispongo a hacer lo que me toca sin resistirme a mí misma y mis deseos, práctica –por otro lado- de lo más sana e inteligente.

Desde el líquido caliente nos echa al mundo nuestra madre y alguna reminiscencia tiene que quedar puesto que no solamente el cuerpo se serena cuando nos sumergimos en este metro cúbico de húmeda paz. Los primeros cinco minutos sirven para tomar conciencia de mi propio bienestar, de la piel abriéndose y vaciando alguna pena que se ha quedado dentro sin querer, sintiendo el silencio acuático de sumergir los ojos, la boca ; manteniendo el ritmo de la respiración con el sonido del corazón que se agranda bajo el agua y se muestra como es y a veces no le dejamos ser.

La luz apagada –basta con el reflejo en el espejo del nuevo día que va entrando-, la sombra del cuerpo sumergido sirve para agudizar los sentidos, alerta y relajados a la vez. Los pensamientos se deslizan entre las piernas y nadan decididos hacia su efímero final, como burbujillas inventadas por mi imaginación que no sabe de descansos. Sin ningún tipo de jabón cosmético ni sales de olor, tan sólo el agua y la piel vieja de cuatro cansadas estaciones y que pide ser renovada, renacida, vuelta a inventar.

Conforme el agua va templándose añado más calor y cuando siento que me adormezco y que ya no sé qué hora es ni cuál mi segundo apellido sé que el trabajo está hecho y bien hecho. Salgo de la bañera, me envuelvo en dos toallas grandes y regreso a la cama, como una vieja conocida cansada y me entrego al sueño sin sueños que duermen los bebés.

Dos horas después, con la mañana teñida de nubes gris y plata y el viento agitando la vida de las gentes, emerjo de mi pequeño e inventado nirvana y me miro al espejo profundamente. Sí, ha vuelto a ocurrir y los ojos me lo anuncian; el agua del baño ritual me lo confirma: he vuelto a mudar la piel.

En fin.
http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50
LaAlquimista

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