Hay personas que lo tienen claro cuando se les presenta una disyuntiva de este tipo, como si lo llevaran en la sangre y lo hubieran tenido clarísimo desde siempre. Y se autodefinen como si dijeran “yo soy de letras” o“yo, de ciencias” y a mí, sinceramente, me admiran. ¿Cómo estar tan absolutamente seguro de una cosa así?
La mente y el corazón. Esos dos grandes –antiguos y eternos-enemigos. ¿Cómo conciliar sus deseos, cómo encontrar una “tierra de nadie”donde haya un poco de equilibrio? A quienes lo deciden todo con la mente les llaman personas frías y calculadoras, interesadas y egoístas. Y a los que se dejan llevar por el corazón, irresponsables, soñadores, fatuos o ingenuos. Nadie parece estar contento.
Recuerdo los sueños adolescentes, las utopías juveniles, los esfuerzos al comienzo de la madurez. Recuerdo cómo –con el paso de los años, la carga de responsabilidades y el desencanto- fuimos trasladando el “eje vital”de un órgano a otro. Sobre todo los que nos dejábamos llevar por los sentimientos, que nos fuimos dando golpe tras otro contra el cristal de la realidad y nos quisimos convencer de que no valía la pena ir con el corazón en las manos, que el mundo estaba lleno de lobos que se lo comerían a la primera de cambio.
Y cambiamos nosotros. O aparentemente pareció que cambiábamos para llegar a tener cincuenta años y tenerlo todo bien calculado, para ya no permitirnos sentir estremecimientos inoportunos y preferir que la vida transcurriera por su cauce sin sobresaltos, segura, aburrida, incluso sin amor.
Pero, ¿de qué sirve en estos días decir que no se puede vivir sin amor? Se ha convertido en una frase huera, pasada de moda, que avergüenza pronunciar incluso.
Bueno, pues yo no puedo vivir sin amor. Y no me refiero únicamente al amor que siento en mi interior por mi propia persona, al amor que siento por mis hijas –que lo puede desbordar todo-, al amor que siento por quienes están a mi lado en este viaje a Itaca. Me refiero también al amor de pareja, ése por el que fuimos capaces de romperlo todo, convenciones, normas de conducta y por el que nos dejamos la piel hace ya varias décadas.
Aquel amor de juventud que nos hizo abandonar la casa de nuestros padres para –en contra de su voluntad- “vivir en pecado” con la persona a la que amábamos con locura. Aquel amor de los primeros años cuando construíamos un mundo nuevo –o eso creíamos- y que nos permitía sacar fuerzas de flaqueza para luchar, trabajar, criar a nuestros hijos. Aquel amor hecho de abrazos, besos y palabras susurradas…desapareció con el paso de la terrible rutina, se quedó en el camino perdido entre lo que se dio en llamar “la vida misma”.
Hoy es el día en que hablo con unos y con otros, miro alrededor, busco y rebusco y no consigo encontrar a personas que sean capaces de vivir como lo hacíamos antes. Ahora han dado en decir que es mejor “pensar con la cabeza y dejar el corazón en su sitio”, que la vida es muy dura, que han sido demasiadas decepciones, que todos tienen miedo de volver a cometer los mismos errores, que no vale la pena.
Ahora encuentro hombres y mujeres de más de cincuenta años que han perdido la ilusión por vivir, que tan sólo están acomodados en su placentera –o casi- rutina, que dicen como en el chiste: “Virgencita, que me quede como estoy”. Sin embargo, ahora me gustaría encontrar a hombres y mujeres que fueran capaces de sentir en lo profundo que lo que verdaderamente importa es lo que emana de nuestra esencia misma, de esas emociones íntimas que hemos intentado ir “aplacando” con el paso de los años. Ahora me gustaría volver a enamorarme como lo hice siempre, con locura a pesar del riesgo, dejándome desbordar por los sentimientos, ganándome la reconvención ajena por saltarme las normas, aunque me volvieran a mirar con la conmiseración hipócrita de quien se cree feliz y seguro en su castillo de paredes sin amor.
Mente vs corazón… ¿Cómo es posible decirle a alguien “te quiero muchísimo”, pero tengo miedo de que lo nuestro no funcione?” Y dejar que sea la mente la que marque las pautas por miedo a volver a sufrir…
Ah…es verdad, casi no me había dado cuenta… ¡nos vamos muriendo en vida antes de tiempo!
En fin.
LaAlquimista
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