Pero bien está lo que bien acaba… si acaba. Es decir, con la lección aprendida para relacionarnos con el mundo exentos de tanto “sin” y adornados de unos cuantos “con”. Con tolerancia, con cariño, con amplitud de miras, con empatía y con ganas de no repetir los errores de nuestros padres y educadores.
Sin embargo, sigue habiendo personas que necesitan controlar, mangonear y dirigir la vida de los demás según sus propios criterios que consideran como únicos en validez, rectitud y veracidad.
En el entorno laboral todos sabemos cómo ocurren estas cosas; en el entorno social a estos “marimandones” se les excluye y aparta rápidamente; pero en el entorno familiar hay que cargar con ellos hasta que la muerte nos separe. (O una herencia haga que dejen de hablarse para los restos)
Esto viene al caso de –a ver cómo hago para no dar nombres ni pistas- de una persona cercana a mí que está siendo machacada por su propia familia porque “no hace las cosas como ellos creen que deben hacerse”. Es decir; tú puedes tener cincuenta años y te toca un hermano o hermana que piensa de manera diferente y que no va a parar de darte la vara para que tú hagas las cosas “a su manera” mientras tira la piedra y mira hacia otro lado.
Concretando más: hermanos dispersos y padres ancianos. Quien vive cerca de ellos asume todas las responsabilidades –además de por cariños porque le toca- y los que están lejos –con la excusa de la lejanía geográfica- dan órdenes, directrices, intentan manipular y mangonear la situación de los padres a través de la hermana que vive cerca de ellos. Un auténtico suplicio de controles telefónicos, broncas telefónicas y “ordeno y mando” telefónico.
¿Cómo es posible que siga habiendo personas que, pasados los cincuenta, sigan creyendo que las cosas sólo pueden hacerse de una manera, es decir, la suya? ¿No han tenido tiempo para la reflexión mínima, para la pequeña autocrítica conducente al tan famoso “vive y deja vivir”? ¿De qué pasta está hecha la gente que, perteneciendo a la misma familia, retira el cariño, el afecto, incluso la palabra, a sus propios hermanos porque éstos no opinan igual que ellos?
Conclusión después de horas de conversación: no hay familias buenas y familias malas, sino personas buenas y personas malas. A partir de ahí, habrá que aprender a poner límites de una vez por todas.
En fin.
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LaAlquimista
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