Encarar la circunferencia del monte Urgull con el frescor marino golpeando la cara y desvelar las brumas que remolonean sobre la rada de la bahía; y bajar hasta el muelle del puerto abriendo mucho los ojos para que la luz de tanta hermosura nos impregne de lo que hemos ido a buscar, quizás algo parecido a la paz…
Los que trabajan limpiando los restos de la mala educación noctámbula puede que no estén receptivos a la poesía del entorno, pero tampoco se lo pregunto; quedaría pretencioso e incluso fuera de tono. Así que sigo caminando en silencio acariciando la barandilla y bajo a la playa por la primera rampa; me libero del calzado y dejo que la vida que bulle bajo la arena me contagie su canción, refresco mis pies ya algo cansados en el agua fría de la mañana y miro al horizonte con el pensamiento detenido, simplemente dejando que la brisa me cante al oído su canción de bienvenida. (Estos paseos tienen dos tipos de caminantes: los que van con pinganillo y los que no. Entiéndase bien la diferencia…)
Caminar por la arena de buena mañana tiene su bucolismo pero no es nada práctico, así que retomo el paseo y sus adoquines cuando empiezo ya a cruzarme con los otros paseantes mañaneros. Emboco la dirección de vuelta a casa, pues todavía tengo que ofrecer a Elur su paseo matutino que no es como el mío, rápido, vigorizante y sin detenerme en todos los alcorques.
En fin.
LaAlquimista
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Foto: Cecilia Casado
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