domingo, 26 de octubre de 2014

Pequeños placeres dominicales. Un paseo por la ciudad dormida


 
Somos muchos, pero no tantos, y nos vamos reconociendo aunque todavía no nos saludemos. Esos medio locos que estamos en pie un domingo a las siete de la mañana –por placer, por hacerle un corte de mangas al despertador- y que paseamos a lo largo del tramo final del Urumea respirando la marea alta y soportando la baja, para llegar hasta el mar bravo de la Zurriola donde no hay surferos madrugadores y saludar a los gatos del muro de Sagüés hasta el adoquín final, allá donde dicen habrá una pasarela que desafiará la mar y sus embestidas. Y entonces, cansados ya de los kilómetros, dar media vuelta a paso ligero todavía, buscar el amparo del bar/hospedería donde tomar un café y seguir, con el vivificador sabor en el paladar, por el Kursaal hacia el Paseo Nuevo dejando a la espalda el rosicler del amanecer.

Encarar la circunferencia del monte Urgull con el frescor marino golpeando la cara y desvelar las brumas que remolonean sobre la rada de la bahía; y bajar hasta el muelle del puerto abriendo mucho los ojos para que la luz de tanta hermosura nos impregne de lo que hemos ido a buscar, quizás algo parecido a la paz…

Los que trabajan limpiando los restos de la mala educación noctámbula puede que no estén receptivos a la poesía del entorno, pero tampoco se lo pregunto; quedaría pretencioso e incluso fuera de tono. Así que sigo caminando en silencio acariciando la barandilla y bajo a la playa por la primera rampa; me libero del calzado y dejo que la vida que bulle bajo la arena me contagie su canción, refresco mis pies ya algo cansados en el agua fría de la mañana y miro al horizonte con el pensamiento detenido, simplemente dejando que la brisa me cante al oído su canción de bienvenida. (Estos paseos tienen dos tipos de caminantes: los que van con pinganillo y los que no. Entiéndase bien la diferencia…)

Caminar por la arena de buena mañana tiene su bucolismo pero no es nada práctico, así que retomo el paseo y sus adoquines cuando empiezo ya a cruzarme con los otros paseantes mañaneros. Emboco la dirección de vuelta a casa, pues todavía tengo que ofrecer a Elur su paseo matutino que no es como el mío, rápido, vigorizante y sin detenerme en todos los alcorques.

En fin.

LaAlquimista

http://blogs.diariovasco.com/apartirdelos50/

Foto: Cecilia Casado

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