lunes, 27 de octubre de 2014

MIEDO


 
Así, con mayúsculas. El miedo es una emoción connatural al ser humano que hace que nos alejemos del peligro intuido o del peligro conocido. Se produce en alguna región del cerebro de nombre difícil y va de la mano de las otras emociones primarias: la alegría y la tristeza, la sorpresa, el asco y su hermana mayor la ira, y ya desde bebés está instalado en nuestro sistema límbico para ayudarnos y/o fastidiarnos la existencia.

Que el miedo ayuda a evitar los peligros no hay más que verlo en cualquier animalito poco pensante; pero que el miedo actúa paralizando al ser humano se puede comprobar en situaciones de gran intensidad emocional; por ejemplo, en víspera de unas elecciones (Como ahora mismo, que gracias al bombardeo preelectoral de noticias de corte económico negro y malos augurios se consigue que el personal varíe su intención de voto hacia quienes prometan “protegerlo”. Paradigma de la falacia donde los haya)

Pero el miedo más importante de todos es el miedo a vivir. Ese gusanillo que corroe las tripas durante el día y hace chirriar las neuronas durante la noche, impidiendo la concentración diurna y el descanso nocturno, ese miedo atávico, pertinaz, difícil de combatir que aleja al ser humano de los objetivos vitales, emocionales y afectivos relegando los sueños a la trastienda de lo inservible, al trastero donde se guarda lo nuevo por estrenar que se volverá viejo sin ser utilizado.

Sé del alma humana hasta donde me llega el conocimiento empírico –cincuenta y ocho años más dos meses y tres días- y sobre todo la percepción observada y reflexiva; y como entre almas humanas me muevo, de almas humanas hablo sin rigor científico alguno, pero con las tablas de muchas representaciones a cuestas; y esto del miedo cada vez me molesta más. Sobre todo observarlo en los demás y que me estalle en la cara.

Miedo al compromiso por temor a que se repitan experiencias pasadas traumáticas, miedo a gastar el amor que queda en el corazón no vaya a ser que las cosas no salgan como está mandado, miedo a emprender un nuevo proyecto afectivo para preservar la poca integridad emocional que queda después de algún que otro desastre. Miedo reconocido, miedo tangible, miedo utilizado como excusa para no vivir con mayúsculas, miedo –al fin- para utilizarlo como escudo ante la gran aventura de la vida.

Y así no hay quien juegue, de verdad, dan ganas de romper la baraja o de marcharse a otro país donde la gente reconozca al enemigo y luche contra él –oportunidad donde las haya el próximo domingo- o de subirse a la punta de un monte a gritarle a la vida el grito valiente de los sin-miedo ante el amor. Que esa es otra…

En fin.

LaAlquimista


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