viernes, 3 de octubre de 2014

"Pensar mucho y mal equivale a no pensar"



No sé de quien es la frase, seguro que la he leído en algún libro y se me quedó grabada y me dije: “esto hay que pensarlo”. Bromas aparte, tengo que escribir algo que mantenga cierta ilación con el post de ayer, el de la pelea entre el corazón y la mente, que se quedó en la luna de Valencia debido a los cambios en la plataforma de los blogs de DV.com.

Por reconducir el tema –y aclararlo un poco a mi entender-debería quedarnos bien claro que una cosa es tomar decisiones meditadas, sopesadas y pergeñar estrategias y otra muy diferente dejarse llevar por las emociones –aún bien gestionadas- y de los impulsos amorosos.

Cada cosa en su momento y bien separadas. Como la olla exprés y la cazuela de barro; que cada guiso requiere de su “forma” específica para quedar perfecto. Y en la vida, pues igual. Hay cosas que hay que pensárselas dos veces (y hasta tres) y otras situaciones en las que bien vale dejarse llevar.

Conocí a un hombre encantador en Nochevieja; nos fuimos a vivir juntos por San Valentín, nos casamos para la Virgen del Carmen y estuvimos juntos nueve años de felicidad, hasta que se acabó. ¡Toma corazón! ¿Me he arrepentido alguna vez? ¡Jamás! ¿Que podía haber sido de otra manera si me lo hubiera pensado más…? En las lides amorosas, como empieces a pensar te bloqueas y acabas no haciendo nada con ilusión y espontaneidad.

Pensar mucho, pensar mucho…!qué cansancio! Luego la gente se queja de dolores de cabeza. ¡Normal! Darle vueltas y vueltas a las cosas, remover con la cuchara de la indecisión las situaciones insostenibles, querer darse a uno mismo razones y justificaciones para hacer las cosas… ¿no lleva acaso a la fatiga y, por agotamiento, a la pasividad? Al final, a fuerza de hablar de lo mismo uno acaba concluyendo que el tema “agota” y lo deja de lado.

Tenemos una mente reptiliana que nos ayuda en las situaciones de peligro; una mente primitiva que funciona por impulsos nerviosos y de la que no llevamos los mandos. Luego está la otra, esa mente educada socialmente, llena de prejuicios, de errores aprendidos muchas veces, que nos pone trabas y zancadillas en vez de ayudarnos. Sobre todo cuando pensamos mucho y mal. Y no es nada fácil aquietar la mente, silenciar ese runrún incesante que nos bulle día y noche. No es nada fácil para nadie, ni siquiera para los que venden métodos para aquietarla. En realidad, cada uno se conoce a sí mismo lo suficiente como para saber que, por mucho que se quiera, es muy difícil –y no siempre da buenos resultados- forzar la máquina en dirección contraria.

El que da mil vueltas a las cosas en su cabeza antes de decidirse. “¿Me convendrá esta persona?” ¿Y si me voy a vivir con ella y luego pasa lo que pasó con la otra?” (Mejor me quedo solo como estoy y me ahorro problemas). “Pero, le quiero tanto…” “Bueno, pero el amor con el tiempo se acaba” (Bah, la soledad no es tan mala) Y así, dale que te pego en un inacabable círculo vicioso que vuelve loco al más pintado.

Yo tengo un pequeño truco. Bueno, “pequeño” no es y “truco”tampoco, pero me suele servir con las personas. Cuando conozco a alguien (sea hombre o mujer) me dejo llevar por mi instinto, es decir, por lo que me dice mi cerebro primitivo. Esa primera impresión que no suele fallar casi nunca (y si falla es porque has bebido mucha cerveza). A partir de ahí, tiro para adelante. Es decir, siempre, pero siempre-siempre que conocemos a alguien se nos hace “la foto” en nuestra mente y con ese esbozo ya sabemos lo que puede pasar en el futuro.

El hombre con el punto canalla en la mirada; la mujer con el resabio egoísta. “Vemos” perfectamente el pie del que cojea el otro, no se nos oculta la ironía, ni el desprecio, el egoísmo ni el mal genio, defectos todos ellos que nos harán sufrir en el futuro. Pues todo eso se ve al primer contacto y… nos atrae porque el corazón se ha acelerado ante la mirada de esos ojos verdes o porque la piel se ha erizado sin que hubiera corriente de aire. Esas dos sensaciones contrapuestas nos dan la pauta de lo que será si tiene que ser…o no.

Es tan sólo en ese primer momento cuando se toman las decisiones de las que, puede ser que nos arrepintamos durante años.

El resto; darle vueltas a las cosas como una matraca insoportable no sirve para nada. Bueno sí, sirve para una cosa: para dejar la mente saturada, en blanco, como si no se hubiera pensado nada.

El corazón queda aparte, obviamente. No lo metamos en el mismo saco.

En fin.

LaAlquimista

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