jueves, 27 de febrero de 2014

Congelador + microondas = mujer liberada



O sea que te jubilas –o te mandan a casa con la mitad del sueldo y un reloj de plástico de colores- y ya sientes que puedes hacer lo que quieras una vez superadas las primeras semanas de estupefacción, susto, depresión encubierta y demás zarandajas psicológicas. Cuando te recompones un poco empiezas –siempre sibilinamente- a soñar sueños soñados en algún momento de los últimos veinte o treinta años y que se quedaron en la trastienda del deseo.

Las amigas baten palmas y pegan saltitos a la vez que despliegan ante tu mirada ojoplática folletos de lejanos rincones paradisíacos en 2x1 fuera de temporada, los hijos te sonríen y te abrazan y te dan la enhorabuena diciéndote “bien, ama, qué suerte tienes, ya puedes hacer lo que quieras, disfruta, ama, disfruta”. Te vas a la pelu a hacerte las mechas, la manicura, la pedicura, un peeling y lo que quieran cobrarte, que para eso eres una mujer nueva, libre, con todos los sueños por delante y toda la vida por detrás.

Y un día cualquiera, a la hora de la cena -que has preparado con el mismo cariño que los últimos treinta años-, Él te mira, se atraganta, coge fuerzas y lo suelta: “No pensarás marcharte de viaje y dejarme solo ¿verdad?, porque a ver cómo me apaño yo…”- y remata la frase con un pucherito de los suyos, el gesto preciso para que todo el sentimiento de culpabilidad por los pensamientos impuros caiga sobre tu cabeza. –“Pero, hombre, si sólo sería una semanita de nada…”.

Al día siguiente tu mejor amiga te recuerda que, teniendo congelador y microondas, los chantajes maritales ya no tienen razón de ser. De verdad. El resto son ganas de ser infeliz, que no hay opresores sino oprimidos.

Tenía que decirlo. Que conste en acta.

En fin.

LaAlquimista

*Relato inventado

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